“No he venido a defenderme.
Nadie tiene que defenderse por haber ganado una guerra justa. Y la guerra contra el terrorismo fue una guerra justa. Sin embargo yo estoy aquí procesado porque ganamos esa guerra justa. Si la hubiéramos perdido no estaríamos acá --ni ustedes ni nosotros--, porque hace tiempo que los altos jueces de esta Cámara habrían sido substituidos por turbulentos tribunales del pueblo y una Argentina feroz e irreconocible hubiera substituido a la vieja Patria.
Pero aquí estamos. Porque ganamos la guerra de las armas y perdimos la guerra psicológica. Quizás por deformación profesional estábamos absortos en la lucha armada; y estábamos convencidos de que defendíamos.
a
Y esa guerra psicológica no ha cesado. Lleva más de diez años golpeando la sensibilidad de la gente, ayudada por un extraordinario apoyo de la prensa. Era --y es—imposible contestar esos ataques porque, en primer lugar, es muy difícil encontrar los medios dispuestos a jugarse por la verdad cuando la correntada social avanza en sentido contrario; y en segundo lugar, porque no se han tergiversado solamente las palabras se ha tergiversado la convención social que le da a cada palabra un significado aceptable para todos.
Así parecería que la democracia era el terrorismo y los que combatíamos al terrorismo éramos los auténticos terroristas. Así hemos perdido el sentido de la palabra libertad que es un bien en sí mismo, independiente de que alguien intente arrebatárnoslo, y las usinas destinadas a la perversión de las ideas la han suplantado por la palabra “liberación”, que no supone un bien intrínseco, sino un bien coyuntural sujeto que alguien nos esté oprimiendo. Se da entonces por sentado que siempre estamos oprimidos a menos que, claro, estén los liberadores manejando el poder.
Cuando el enemigo se dio cuenta de que empezaba a perder la guerra de las armas montó un espectacular movimiento de amparo, inobjetable, del sagrado tema de los derechos humanos. Yo tenía muy buenas razones informativas para saber que se trataba de una guerra psicológica totalmente desprovista de buenos sentimientos, pero si algo me hubiera faltado para convencerme, aparece una satánica discriminación en los derechos humanos. Nunca, ninguna de las entidades beneméritas ni de las personas notables que alzan su voz por los derechos humanos, ninguna dijo nunca nada sobre las víctimas del terrorismo. ¿Qué pasa con los policías, los militares, los civiles que fueron víctimas -muchas veces indiscriminadas- de la violencia subversiva ?. ¿Tienen menos derechos o son menos humanos ?.
Esta sencilla observación que no hace falta demostrar porque ahí están los hechos, nunca fue objeto de la atención o al menos de la curiosidad de nadie y a esta altura es una especie de valor aceptado por la sociedad que la violación de los derechos humanos estuvo únicamente a cargo de los represores y que las víctimas de esas violaciones son únicamente terroristas de la guerrilla subversiva.
El asombroso silencio que hay en torno de esta monstruosa falsificación es suficientemente indicativo del grado de parcialidad que ostentan desde los dirigentes políticos hasta aquellos que deberían ser -por su investidura- profesionales de la imparcialidad, pasando por los jefes de los grupos de presión, siempre preparados para poner en la calle diez mil o veinte mil irracionales ululantes capaces de convencer a los poderes públicos de que ellos son la historia y ellas ya han dado su veredicto.
No le reprocho al fiscal el estilo con que ha desarrollado la acusación porque después de todo, el estilo es el hombre. Le reprocho sí, sus desagradables ironías sobre nuestros héroes, como en el caso del teniente Mayol. Alguien me dijo que era intolerable que se jugara al sarcasmo con nuestros muertos. Pero, ¿quiénes son nuestros muertos ?; ¿de quién son los muertos ?. Terminado el fragor de la guerra, todos los muertos son de todos, y nadie tiene derecho a hablar de ellos, sin el respeto que a cualquier hombre moral y civilizado debe inspirarle la dignidad intrínseca de la muerte, aunque más no sea, porque cada muerto es un testimonio tangible de la eternidad.
Cuando el enemigo se dio cuenta de que empezaba a perder la guerra de las armas montó un espectacular movimiento de amparo, inobjetable, del sagrado tema de los derechos humanos. Yo tenía muy buenas razones informativas para saber que se trataba de una guerra psicológica totalmente desprovista de buenos sentimientos, pero si algo me hubiera faltado para convencerme, aparece una satánica discriminación en los derechos humanos. Nunca, ninguna de las entidades beneméritas ni de las personas notables que alzan su voz por los derechos humanos, ninguna dijo nunca nada sobre las víctimas del terrorismo. ¿Qué pasa con los policías, los militares, los civiles que fueron víctimas -muchas veces indiscriminadas- de la violencia subversiva ?. ¿Tienen menos derechos o son menos humanos ?.
Esta sencilla observación que no hace falta demostrar porque ahí están los hechos, nunca fue objeto de la atención o al menos de la curiosidad de nadie y a esta altura es una especie de valor aceptado por la sociedad que la violación de los derechos humanos estuvo únicamente a cargo de los represores y que las víctimas de esas violaciones son únicamente terroristas de la guerrilla subversiva.
El asombroso silencio que hay en torno de esta monstruosa falsificación es suficientemente indicativo del grado de parcialidad que ostentan desde los dirigentes políticos hasta aquellos que deberían ser -por su investidura- profesionales de la imparcialidad, pasando por los jefes de los grupos de presión, siempre preparados para poner en la calle diez mil o veinte mil irracionales ululantes capaces de convencer a los poderes públicos de que ellos son la historia y ellas ya han dado su veredicto.
No le reprocho al fiscal el estilo con que ha desarrollado la acusación porque después de todo, el estilo es el hombre. Le reprocho sí, sus desagradables ironías sobre nuestros héroes, como en el caso del teniente Mayol. Alguien me dijo que era intolerable que se jugara al sarcasmo con nuestros muertos. Pero, ¿quiénes son nuestros muertos ?; ¿de quién son los muertos ?. Terminado el fragor de la guerra, todos los muertos son de todos, y nadie tiene derecho a hablar de ellos, sin el respeto que a cualquier hombre moral y civilizado debe inspirarle la dignidad intrínseca de la muerte, aunque más no sea, porque cada muerto es un testimonio tangible de la eternidad.
No he venido a defenderme. He venido como siempre a responsabilizarme de todo lo actuado por los hombres de
Pero, si el Tribunal necesita para eximir de responsabilidad a mis subordinados, a todos mis subordinados, que yo deba aceptar además que todas sus actuaciones fueron cumpliendo órdenes precisas que yo debiera haber impartido personalmente y en forma omnipresente lo acepto. Yo y sólo yo tengo derecho al banquillo de los acusados. Sentar a otros aquí sería como sentar a
Mi serenidad de hoy, proviene de tres hechos fundamentales. En primer lugar, me siento responsable pero no me siento culpable, sencillamente porque no soy culpable. En segundo lugar, porque no hay odios en mi corazón. Hace tiempo que he perdonado a mis enemigos de ayer, a mis flamantes enemigos que no han podido substraerse a la compulsión que estamos viviendo. Y en tercer lugar, porque estoy en una posición privilegiada. Mis jueces disponen de la crónica, pero yo dispongo de la historia y es allí donde se escuchará el veredicto final.
Casi diría que afortunadamente carezco de futuro. Mi futuro es una celda. Lo fue desde que empezó este fantástico juicio y allí transcurrirá mi vida biológica, ya que la otra, la vida creadora, la vida de la inteligencia, la vida del alma, se la entregué voluntariamente a esta veleidosa y amada Nación.
Sólo de una cosa estoy seguro. De que cuando la crónica se vaya desvaneciendo, porque la historia se vaya haciendo más nítida, mis hijos y mis nietos pronunciarán con orgullo el apellido que les he dejado”. -
...guerra sucia, bla, bla, bla, bla.
ResponderEliminarViolar, tortura, robar, robar bebes, matar a sus madres, y por si eso fuera poco desmantelar economicamente al país y bajar el pabellón ante el pirata inglés, entre muchas otras atrocidades, es de vende patrias, para los que somos nacionalistas de verdad, los militares setentista son seres despreciables, cobardes, son tan despreciables como los mismos subversivos "pone bombas" que dicen que combatían...
Argentina merece no olvidar a estas ratas inmundas y la historia nacional los juzgará como lo que son, los más grandes traidores de la patria.
VIVA ARGENTINA O JUREMOS CON GLORIA MORIR!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! SANDRO ELEGIPTANO - LIBRE PENSADOR, PATER FAMILIA Y ABOGADO
Voy a discrepar un tanto con el comentario anónimo (cuando no !!!) .
ResponderEliminarSi bien,no comparto los hechos acaecidos en aquella época, tampoco estoy en desacuerdo con las palabras vertidas de Massera .
No me olvido aún de las bombas puestas en comisarías,en colegios,en bares ,llevandose con cada una vidas humanas, ni hablar de la toma de cuarteles y la matanza a ultranza de los soldados,que en definitiva solo cumplian con su deber. Lo único que en lo que no estoy de acuerdo ,es no haber enjuiciado justamente a esos terroristas que hoy nos gobiernan y aquellos que murieron en aras de sus ideales asesinos .Lo que hubiese deseado es que despues de celebrarles un juicio justo,fusilarlos en Plaza de Mayo, entonces hubiese sido justo,tanto para los militares como para los que hoy piden justicia ( y cheques sin límites para sus allegados ).
Estamos juzgando hechos de ayer con mentalidad de hoy.
Dios lo tenga en la gloria Almirante Massera! Usted fue un ejemplo para todo verdadero militar patriota que vivimos al detalle y en carne propia el flagelo del terrorismo. El terrorismo de ustedes los hermanos argentinos fue mas dificil aun de enfrentar en comparacion con el nuestro, Sendero Luminoso. Pero en ambos casos triunfo la justicia y la patria. Todo gracias a lideres como usted Almirante, que como tantos buenos jefes en su pais y el mio, hicieron posible recobrar el orden civilizado y la vida sana para nuestros paises. Siendo peruano y militar ahora en retiro, me siento orgulloso del legado que usted, como militar que ama a su pais, dejo al pueblo argentino. No hagamos caso a tanto mediocre teorico que se llena la boca de derechos humanos cuando nunca han tenido los testiculos puestos para vivir una guerra cobarde como la guerra interna que es el terrorismo donde no se sabe quien es el enemigo. Solo asi podian combatir estos cobardes. El costo social no puede ser entendido por estos ignorantes pues les resulta mas facil insultar y criticar. Su unico argumento es que si perdiesemos nosotros un familiar en este tipo de guerra, seguramente no estariamos de acuerdo con los procedimientos castrenses de combatirla. Pues no. No es asi. Creo que todo buen patriota que perdiese un familiar aun siendo este un hijo,en una guerra terrorista cobarde,donde el hijo se involucro en favor de un orden insano y perverso, pues habria que llorarlo simplemente y dejar que Dios perdone su alma.
ResponderEliminarNingun comentario mediocre va a empañar la gloria suya Almirante Massera. Como usted dijo, la historia le dara la razon y sus hijos y nietos y toda su generacion podran propunciar con orgullo su apellido.
Teniente Primero Armada Peruana(r) Ivan Alarcon