Una cosa es sentir respeto por una muerte.
Puede sentirse eso… hasta por el deceso de un animalito, de un caballo, de un perro o de lo que sea. Queda claro hasta allí.
Pero otra cosa muy distinta, es la aceptación fácil del boato y la participación banal en los homenajes póstumos.
En suma, la complicidad con las honras fúnebres hacia alguien que, no sólo no las merece, sino que hubiese sido preferible que se quede en este mundo a rendir cuenta bien detallada de sus tropelías.
Este último pensamiento, mirado con cualquier cristal, no vulnera en absoluto el respeto por la muerte… como episodio humano aislado.
No.
Estoy diciendo aquí que las honras fúnebres son, en esencia, un camino hacia el bronce que no cualquiera debería merecer y que, tanto en su manufactura cuanto en su desarrollo, pueden inducir a una enorme confusión para escribir unas páginas de la historia con tinta falsa.
La honra fúnebre es una versión exponencial del respeto… Es una exageración ritual de los símbolos, tan explícita y abierta, que contiene la trampa ingénita de enmascarar los verdaderos merecimientos.
La famosa frase “se podía estar de acuerdo con él o no… pero fue un tipo que hizo esto o hizo aquello…”, expresa un sofisma terrible y una farsa enciclopédica… armada, sin dudas, para torcer la atención hacia los temas ideológicos.
Pues no señor. Eso es inadmisible en esos términos.
Quien esto escribe no tenía una diferencia ideológica con el muerto.
Tenía una diferencia abismal en los códigos morales.
A un ex presidente le corresponde un protocolo de formalidades en sus exequias, pero no a cualquier ex presidente… y nunca jamás el riguroso diseño de las mismas puede soslayar ni la inmoralidad ni las conductas delictivas imposibles de ser explicadas ni juzgadas.
Hay un juez… de muñecas quebradizas… que debería dar gravísimas explicaciones sobre su lenidad inaudita. Y seguramente sobre su presurosa cancelación de procesos que… ahora… le permiten respirar tranquilo por haber obliterado la justicia.
Antes de honrar a un general romano muerto quien había ganado dos batallas cruciales para el Imperio, el Senado recordó los sobornos que quiso repartir un día para lograr los favores de ese alto cuerpo y lo mandaron entonces al cementerio de los basurales que había cerca del Lago Trasimeno.
No se trata aquí de no coincidir ideológicamente con el muerto.
Se trata de las cuentas pendientes con la justicia… que el muerto deja.
Y del negro manto de mentiras que pretende tenderse sobre su partida.
Un “político de raza” como se lo rotula ahora, no fabrica las trapacerías ni propicia la cadena de traiciones plenamente abarcativas de los cuatro recintos del noveno círculo del infierno.
Un político de raza tiene, como herramienta, la nobleza… y la más pura pristinidad. No la deshonestidad, el rencor ciego y el ocultamiento vergonzante de sus vicios.
Por lo tanto, me permito disentir enérgicamente aquí, del enfoque torpe que veo extenderse por doquier en esta verdadera exageración de una muerte que… como quiera que sea debidamente respetada… no merece, en lo absoluto… mayores horizontes laudatorios ni mejores honras… que aquel basural… del Lago Trasimeno.
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