Matías Matterson.
Él, parado junto al borde de la cama,
contempla absorto y ufano; tenía por fin, a la mujer de sus sueños como quería
y en el lugar exacto. La sensual rubia yacía semidesnuda acostada de bruces en
la cama de dos plazas, apoyaba los codos en el cubrecama color uva; bajo sus
pechos desnudos había colocado la almohada y abstraída aspiraba un porro.
Él recorría el metro setenta y cinco
de aquel cuerpo increíblemente bello con la mirada; comenzando por esos pies
perfectos. Ella cruzaba las estilizadas piernas y la diminuta bombacha de
rayitas horizontales rojas y blancas parecía querer explotar, expulsada por aquellos
glúteos voluptuosos que emergían obscenamente al final de la angelical
espalada. Sus largos cabellos, rubios y brillantes bañaban de misterio los
senos blancos erguidos y pétreos que habían abandonado ese corpiño que ahora
descansaba en la alfombra. Era la modelo que solía ver en la disco, que
moviendo cadenciosamente las caderas en la pista de baile excitaba
absolutamente a toda la concurrencia masculina. El aroma a “Pachuli”, como
siempre, se enamoraba del humo dulce de la marihuana al son de la música de
“Pink Floyd” en “El lado oscuro de la luna”, la tríada mágica.
Él arrastraba una década de inocuos
amores platónicos encadenados por su innata timidez; en la escuela primaria
había sido Silvia, Nora en la secundaria y ahora ésta engarzaba los eslabones
de la blonda obsesión.
De pronto… un
flash, en un eclipse súbito la escena fue perversamente borrada por una negra
oscuridad acompañada de un fastidioso sonido; entre ambos habían esfumado a la
joven rubia envuelta en la tríada mágica. Perturbado abrió los ojos y ellos
enfocaron la lámpara que iluminaba la pieza desde el techo; giró, su cuerpo
desnudo y estirando el brazo derecho levantó el tubo del teléfono negro.
- ¿Quién habla? -Interrogó con inocultable enojo.
- De la conserjería señor, usted dejó dicho que lo
despierten a las veintiuna treinta –aclaró la joven empleada del hotel
“Atlántico”. Los labios del hombre escupieron un lacónico y mentiroso: -Gracias.
Colgó el tubo, se sentó en el
borde de la cama de una plaza inclinó la cabeza en dirección a las rodillas y
acarició sus cabellos lacios con los dedos, luego se rascó la barba y
lentamente se puso en pie. Musitando un rosario de insultos se dirigió muy
lentamente al baño para ducharse. Salió con el suave toallón del hotel sobre su
espalda y parado acercó su cara al espejo. Convencido de su atractivo para las
mujeres pero no tan conforme, envidiaba a algunos que en la ciudad lo eran más
que él.
Se colocó las zapatillas y el vaquero
“bombilla”, a la moda, luego la camisola de bambula abierta en el pecho
adornado con múltiples cadenitas de plata. Empuñó el Colt Cobra 38 largo y lo
apretó con el cinturón de cuero a la derecha de su cadera. Se colgó la
sobaquera marrón y en ella introdujo la pistola 45, también Colt, con siete
proyectiles en el cargador y uno en la recámara, con el martillo en primer
descanso. Se puso la campera de lona, levantó la parte de atrás del cuello y
después bajó las puntas, alzó la granada SFM 4 que había dejado sobre la mesita
de luz y la colocó dentro del bolso de cuero que había comprado en Ipanema.
Colgó el bolso de su hombro derecho y cerró con llave la puerta de la
habitación. Cuidadosamente tomó un cabello suyo y lo adhirió con plasticola desde el borde de la puerta
placa hasta el marco, bien arriba; si a su regreso lo encontraba cortado era
señal que alguien había ingresado furtivamente en la pieza. Bajó las escaleras
de madera gastada y en la recepción entregó las llaves a la señorita que
atendía a los huéspedes detrás de un vetusto
y pequeño mostrador, iluminada por una luz sepia. Caminó hasta el kiosco de la
esquina y compró un paquete de parisiennes
que no eran de su completo agrado, eran
muy fuertes, pero lo obligaban a fumar menos; también pidió goma de mascar bazooka, de menta. Recorrió las cuadras
que separaban al hotel en que se alojaba de la oficina; vivía allí por razones
de seguridad y discusiones permanentes con sus padres. Pronto se encontró
frente al edificio de la avenida Rivadavia, se detuvo un instante ante la
puerta blindada y observó a sus espaldas, nadie miraba; presionó el timbre y
esperó, se abrió una mirilla y aparecieron dos ojos, se cerró y pesadamente la
puerta se entornó.
-
Buenas noches –dijo el joven veinteañero de cabellos rubios y
barba más oscura.
-
¡Buenas noches señor! –respondió en tono castrense el
Sargento Pini, un hombre de cincuenta años, bigotes finos y aspecto rústico.
Al
llegar a la oficina de guardia, otro hombre, pequeñito, sentado en una silla al
costado de un escritorio metálico se puso rápidamente en pié y con voz alta y
fina saludó:
-Buenas noches Oficial
-Hola Spitzer –dijo el que todos
llamaban por su nombre de guerra: Pablo.
-¿Qué novedades hay Pini?
-Todo QRU señor, no pasa nada,
respondió el campechano Suboficial.
-Traeme el libro de guardia para
firmarlo, ¡ah! el parte diario también.
Firmó
el pesado cuaderno forrado en tela verde y se sentó a leer detenidamente el
informe en el que la inteligencia detallaba las novedades que se habían
producido durante ese día en todo el área de su jurisdicción: paros, asambleas
gremiales, manifestaciones, conflictos sociales y universitarios, producción,
desempleo, actos de terrorismo, economía y política.
Terminó de leer las cinco páginas
escritas en papel de seda, se levantó de la silla y entregando el parte al
Sargento Pini dijo:
-Dame
el Walkie Talkie, ¿está bien cargado?
-Sí
señor – respondió Pini.
Observó el armario, en él descansaban
apoyadas las armas largas, un FAL, una High Standard, dos Itakas, una Beretta
de caballería, dos P.A3 y cuatro Batán
recortadas, asió una de estas e impartió las órdenes:
-Ustedes dos a dormir, pero al lado del
teléfono, cualquier novedad me llaman por radio, me llevo el Peugeot, voy al
centro y regreso para entregar la guardia.
-Comprendido señor – dijeron los Suboficiales al
unísono.
Pablo
puso en marcha el Peugeot 504 color blanco y se dirigió rumbo a la casa de su
primo hermano “Bochi” para juntos dirigirse a la confitería bailable La
Belle Epoque , allí eran habitúes. El lugar era un sótano
bellamente arreglado en la ochava noroeste de la plaza central, entraron,
saludaron al barman y se sentaron en los confortables sillones del lugar;
pidieron dos whiskies en las rocas. Era muy temprano, las chicas arribaban
cerca de la media noche.
La
concurrencia era escasa y la charla trivial cuando un hombre que aparentaba
unos treinta y cinco años se acercó y mirando a Pablo le dijo:
-Hola, ¿puedo hablar con vos?
Entonces
Bochi, que conocía perfectamente las actividades de su primo levantándose del
sillón espetó:
-Voy a la barra.
Pablo
invitó al recién llegado, de apariencia policial, a sentarse al sillón que
desocupara Bochi. Ambos pertenecían a un grupo policial clandestino
autodenominado “Oficialidad Joven”, se oponían a que la policía estuviera
intervenida por el Ejército Argentino. Reclamaban que el Jefe de la Policía sea un Comisario
General y no un militar, como ocurría desde Marzo de 1976. Exigían aumentos
salariales, que las sanciones no se impusieran con privación de la libertad, la
construcción de barrios policiales, armamento actualizado y provisión de
municiones. Secretamente perseguían un objetivo de máxima: la autonomía
policial con la unión de todas las policías provinciales para constituir la
cuarta fuerza armada en pie de igualdad con la fuerza aérea, la marina y el
ejército. Esta era una idea muy peligrosa en tiempos de gobiernos militares y en medio de la feroz guerra que los
terroristas habían desatado. Aún siendo policías, organizar esta especie de
sindicato significaba rebelarse contra el poder de los milicos, arriesgaban su
libertad y tal vez su vida; peleaban por un espacio de poder.
-Mirá Pablo, tenemos que viajar a
convencer a los Santiagueños personalmente, por teléfono es muy riesgoso,
podrían estar pinchados. Queremos que nos acompañes para que hagas una
exposición de la situación política y de su probable evolución a los muchachos
de Santiago.
-Entiendo, cuenten conmigo ¿cuándo
sería la cosa?
-Te aviso un día antes, vamos en mi
auto particular, ahora me voy, es mejor que no nos vean juntos, nos vemos
Pablo, chau querido.
Cuando
el hombre se encaminó hacia la entrada del boliche Pablo observó hacia la barra
buscando a Bochi, éste conversaba animadamente con un grupo de chicas y
muchachos. Disfrutaban las simpáticas incoherencias del bromista Tico, un
morocho caretón, gordito y feo que, a pesar de su aspecto poseía el don de
intimar rápidamente con las mujeres.
En la ronda que habían formado en
pie, vasos en mano estaban Patricia, una morocha petisa de cabello corto, lacio
y de color negro azabache; Gabrielita muy delgada, vestía como los hippies,
tenía 16 años. Lali, hermana de Patricia también morocha, más voluminosa, que
eternamente hablaba estupideces como Tico, especialmente si había tomado
algunos “Gacilín” para estar bien, anfetaminas, se entiende. Y luego estaba la Turca... el sueño dorado
de Pablo, altísima con aquellos suecos de cuero y madera, majestuosa con ese
pantalón rojo y misteriosa con sus silencios. Todos fumaban marihuana, aunque
él no compartía el vicio de la droga, a Pablo no le importaba, mientras pudiera
tener sexo… preferentemente con la
Turca. El joven de la inteligencia federal bebió el último
sorbo de whisky, apoyó el vaso sobre la mesa ratona, miró con curiosidad los
tres anillos de plata que adornaban su mano derecha, se levantó del mullido
sillón y se acercó al grupo.
Luego de besar a todas las chicas y
estrechar la mano a Tico se situó junto a la Turca y dijo:
-¿Qué van a tomar? ¿Lo de siempre?
-Sí – respondieron todos
-Dos whiskolas, un gancia, un destornillador y dos
whiskyes – ordenó al barman.
Extrajo
el paquete de parisiennes del
bolsillo y premeditadamente no el encendedor.
-
¿Me das fuego? Solicitó a la Turca , inocente pretexto para iniciar la charla y
acariciarle la mano.
-
¿Qué haces loco, en qué andas? – preguntó ella.
-
Me inscribí en el curso de ingreso a Derecho así que voy a
tener que viajar todos los días, che.
-Bárbaro loco, eso está bueno
– Consintió la rubia que lucía dos trenzas largas y una bincha que revelaban
aún más su belleza.
Cuando “Deep Purple” regalaba
“Humo sobre el agua”, Pablo y la
Turca bailaron en el centro del espacio reservado para ello.
El sabía que todos, absolutamente todos los varones del boliche, que para
entonces ya eran muchos, en ese momento contemplaban a la majestuosa y
provocativa modelo de “Wrangler”. El disfrutaba que los demás imaginaran que la
rubia era de su propiedad, aunque en realidad no lo fuera, ese era solo un
detalle temporal; en cualquier momento podía darse el milagro y para ello
“remaba”. Agonizaba la noche cuando Bochi se acercó a Pablo para decirle que
quería conversar con él en el baño. Con curiosidad asistió Pablo a la furtiva
reunión y mientras ambos orinaban en los mingitorios, Bochi sugirió:
-Si conseguimos hierba, a
cualquiera de éstas le bajamos la bombacha.
-¿Vos estás loco? ¡Soy
policía! Aunque tenés razón, es así.
La sugerencia había
entusiasmado a los primos, pero la charla nunca continuó. A las cinco de la
madrugada Pablo repartió a cada uno en su casa y se dirigió a la oficina. Lo
recibió el sargento Pini que ya había empezado a tomar mate, le comunicó que
durante la noche ni siquiera había recibido un llamado telefónico. El oficial
devolvió la escopeta recortada, el
equipo de radio, fue al baño y se lavó la cara. Al regresar lo esperaba el
Oficial Ferreira para recibir la guardia y comunicarle que todo el personal
debía presentarse a las diez para asistir a una charla en la sala de situación.
A Pablo no le agradó la orden recibida porque sólo le quedaban cuatro horas
para ir al hotel, dormir, bañarse, desayunar y regresar.
Maldiciendo a la madre y a la
hermana del Jefe del Servicio de Inteligencia Federal por habérsele ocurrido
convocar a reunión de personal a las diez de la mañana, regresó a la oficina. La sala de situación
era un salón de unos quince metros de largo por diez de ancho, al frente
pendían paneles corredizos con organigramas de estructuras terroristas. Solo el
jefe se sentó en la cabecera, detrás de una mesa. En las butacas unos
veinticinco empleados, varones y mujeres esperaban con intriga escuchar el
motivo de la convocatoria. Debía ser importante, sin lugar a dudas, porque
nadie recordaba que antes hubiera habido una reunión general; todas se
efectuaban por ámbitos, gremial, subversivo, político y demás. El jefe era un
hombrecito petiso, calvo, rechoncho, de ojos celestes y voz gruesa como buen
fumador empedernido, sus modales eran generalmente suaves, salvo cuando se
enojaba. Usaba lentes apoyados en la mitad de la nariz y observaba al público
por encima de ellos con actitud docente, finalmente dijo:
-Bien señoras y señores el
motivo de esta reunión es analizar la probable evolución de los acontecimientos
nacionales y provinciales desde nuestra óptica, la policial. Para esto los he
convocado aprovechando que el señor interventor militar de esta repartición se
encuentra de viaje y así podremos hablar libremente, sin la siempre atenta
oreja verde.
Este fue el exordio del jefe
para continuar diciendo:
-En lo que respecta a la
subversión armada, interpretamos que se encuentra desarticulada, incluso la
banda terrorista más importante, los montoneros. Combates importantes se han
librado a cuarenta kilómetros de aquí, en Santa Fe, más de treinta
enfrentamientos armados. En Paraná también hemos tenido algunos en los que hubo
muertos y heridos. El éxito se debe entre otros factores al apoyo que hemos
recibido de la población que denuncia a los terroristas sin titubeos y a la
gran cantidad de delatores que se han pasado a la fila de los verdes. De
acuerdo con la información que poseemos “Carolina Natalia”, la conducción
nacional de los montoneros, que ha huido a buscar refugio en países de Europa
intentará dos objetivos: Boicotear el campeonato mundial de fútbol y realizar
atentados espectaculares. Veamos el primer punto, para boicotear el mundial de
fútbol han montado una campaña internacional para desprestigiar a la Argentina , ¿y en qué
consiste esa campaña? Los que aquí son feroces asesinos se presentan allá como
luchadores populares, intentan travestirse. En conferencias de prensa en
Europa, especialmente en Francia, España e Italia presentan a sus soldados como
jóvenes idealistas. Han diagramado un plan, sus nuevas armas, de aquí en más
serán el derecho humanitario internacional y sus agrupaciones argentinas. Los
Estados Unidos se prestan alegremente a este juego y lo promocionan, como ya lo
habrán escuchado de boca de su presidente Carter. De esta forma el imperio
podrá someternos más fácilmente, estando divididos y acusados de un holocausto.
Es por esto que, conociendo los planes del enemigo, podemos arriesgar una
probable evolución de los acontecimientos nacionales y esbozar dos hipótesis:
Si los militares se empeñan en no levantar el gobierno de facto y el modelo
económico, los próximos años serán de un desgaste progresivo irreversible
favorecido por la furiosa interna entre Massera y Videla. Pero hay un
salvavidas, siempre y cuando los militares sean inteligentes, y en ese supuesto
si nuestro seleccionado nacional resulta campeón mundial, Videla será
ovacionado por el público en el monumental de Núñez, ¡Ese será señores el
momento para convocar a elecciones presidenciales! Y puedo asegurarles que
ganarán ampliamente y se legitimaría el régimen de facto pasando a una etapa
democrática.
La segunda hipótesis, es
decir, si los milicos, en su ciega soberbia no aprovechan la alta imagen positiva
que la sociedad argentina les ha otorgado por la lucha antiterrorista, sumada
al estado de ánimo del pueblo argentino por el campeonato de fútbol, la cosa
será distinta. Si no aprovechan la coyuntura por una cuestión de desgaste normal y políticas equivocadas, caminaran
hacia el abismo.
Recordemos
que antes del golpe cívico-político-militar de 1976 las fuerzas armadas
debatían dos posturas, la primera proponía encarcelar solamente a los
terroristas cualquiera sea su grado de participación. Y la segunda sostenía que
además había que encarcelar a dirigentes sociales, gremiales y políticos. Esta
fue la que se impuso y fue un gran error, inadmisible aunque algunos fueron
procesados por delitos comunes que indudablemte habían cometido. Esto nos lleva
a pensar que pueden equivocarse nuevamente por soberbios, y los militares lo
son por naturaleza. Si esto ocurre señoras y señores la estrategia de los miles
de terroristas que se encuentran en el exterior, con el apoyo de los yanquis
mediante la ONU
esmerilará al gobierno. Los mismos que ayer nos apoyaban, a nosotros y a todos
los gobiernos militares de América Latina, promoviendo golpes de estados y
entrenando nuestros soldados en la escuela de las América en Panamá y en
Fort Gullick, West Point y Fort Bragg en
territorio norteamericano se aliarán a nuestros enemigos. También si la
situación económica y financiera de nuestro país se complica, sumada al
desempleo, el aumento de la deuda externa y la inflación, este cóctel será la
cicuta que beberán los militares. ¿Y qué sucederá cuando regrese la democracia?
¿Quién gobernará? ¿Massera y nuevo partido? ¿Los radicales ó los peronistas? De
acuerdo al cuadro de situación planteado y aún siendo el peronismo el partido
político más fuerte, estará muy desprestigiado por el recuerdo popular del
último gobierno, el de Isabel Perón. También los militares, por lo cual un
razonamiento lógico, nos lleva a concluir que el próximo gobierno será radical.
Ahora bien, en la UCR
coexisten dos posiciones, los ortodoxos
y los de centro izquierda, estos apoyados por la socialdemocracia
europea, gobiernos que justamente están financiando a los terroristas exiliados
allí y a su campaña de desprestigio. Se impondrán los de centroizquierda y será
entonces cuando los guerrilleros regresarán al país envueltos en piel de
cordero, reorganizados y con el respaldo de los muchos millones de dólares que
obtuvieron producto de los secuestros extorsivos a empresarios argentinos y
extranjeros. Luego accederán al poder político, como ya ocurrió en 1973 y 1974
y también nuevamente liberarán a los terroristas presos, amnistías mediante,
pero esta vez buscarán venganza. Y en esa venganza señoras y señores estaremos
incluidos nosotros los policías. Para demostrarlo les voy a leer un texto del
órgano oficial de la prensa clandestina de la organización político-militar
montoneros “Evita montonera” del mes de Octubre de 1976, número catorce, página
39, allí dicen: “Se fectuarán operaciones de aniquilamiento...además de
constituir la policía nuestro principal obstáculo en la tarea política en el
territorio, por lo que atacándola, disputaremos el control territorial. Con
referencia a las operaciones contra las fuerzas policiales, podrán dirigirse
contra policías cualquiera sea su grado...”Me arriesgo a decir camaradas, que
la venganza será planificada y ejecutada más hacia nosotros que hacia los
milicos. ¿Por qué? Primero porque a ellos les tienen terror y segundo porque si
los militares se sienten perseguidos ó se ven encarcelados van a contar quienes
fueron los miles de terroristas que
delataron a sus compañeros arrojándolos a la tortura y a la muerte y a los políticos que
comulgaron con ellos.
Luego
tenemos la posibilidad que realicen atentados de gran envergadura y ya han
demostrado su capacidad para ejecutarlos para lo cual cuentan con una fábrica
propia de hexógeno en el Líbano. Los posibles objetivos son tantos que es casi
imposible protegerlos a todos, estos blancos pueden ser cuarteles, represas,
puentes, edificios simbólicos, personalidades, funcionarios, embajadas y muchos
otros.
Bien
ése es el análisis de inteligencia que tengo el deber de comunicarles, porque
los que hoy somos héroes aplaudidos por la sociedad argentina, mañana con otras
generaciones que no vivieron esta guerra podemos ser considerados terroristas.
Esto acarrea consecuencias, condena social, cárcel, exilio, clandestinidad y
vaya a saber uno que más.
Adulado por los alcahuetes,
temido por los cobardes y tildado de sumiso por los duros, el Comisario
Inspector, jefe virtual del Servicio de Inteligencia Federal de Paraná y de
toda la provincia de Entre Ríos, hizo una pausa y luego dijo:
-¿Alguna pregunta?
Pablo levantó la mano.
-Hable oficial.
-No veo que haya nada que
temer, todos saben que la responsabilidad de las órdenes y de las operaciones
realizadas es exclusivamente militar y no policial. ¿O no fuimos siempre un
convidado de piedra en esta guerra? Cuando nos tocó proceder lo hicimos con
órdenes de allanamientos, emanadas del juzgado federal, instruimos las
actuaciones, detuvimos a los terroristas, incautamos las armas y remitimos todo
al juzgado.
-¡No sea tonto oficial! El
hilo se corta por la parte más delgada, los jueces y los militares se van a
blanquear, nos van a echar a nosotros el fardo.
-Está
bien, entonces hay dos opciones, ó nos abrimos ahora como la disidencia
montonera en 1974 ó armamos una resistencia policial unificada ¿Usted que
sugiere? –Inquirió Pablo muy ofendido por haber sido tildado de tonto.
-Yo
no sugiero nada, sólo planteo, además para ese entonces voy a estar en mi
ciudad, muy lejos de acá.
-¡Muy
valiente lo suyo!
-¿Cómo
dijo oficial?
-Usted
hace un momento me trató de tonto...yo le dije que lo suyo era muy valiente.
-¡En
este momento lo sanciono con cinco días de arresto! Se termina la reunión y les
recuerdo a todos que para el señor interventor militar esta reunión nunca
existió ¿Comprendido? Dijo el jefe poniéndose en pié y guardando los anteojos
en el interior del saco.
-¡Comprendido señor!
Respondieron todos los asistentes al unísono menos Pablo que murmuró:
-Andate a la puta que te
parió, pelado hijo de puta.
Para
los aduladores Pablo era un boludo, para los cobardes el centro de todas las
envidias y para los duros un rebelde. Al retirarse de aquel recinto los dos
primeros se burlaron por lo bajo y los últimos se acercaron a él para
infundirle ánimos. Ese era Pablo, incapaz de reservarse sus opiniones, aunque
pagara las consecuencias. Al arresto lo cumplió en el mismo edificio donde
trabajaba, de noche dormía sobre un colchón de goma espuma, en el piso de una
oficina, de día compartía las actividades. Se le otorgaban, de acuerdo con la
normativa dos horas, como al personal administrativo, al mediodía para salir a
almorzar y dos a la noche para cenar, lo hacía en una sandwichería situada una cuadra de allí. Aprovechó aquellos cinco
días para leer carpetas de antiguos casos de experiencias guerrilleras urbanas
y rurales especialmente cuando esas actividades tuvieron su auge en la región
litoral, allá por 1972. Indudablemente en esta geografía el cristianismo revolucionario,
los curas tercermundistas y su tarea de concienciación cumplieron un rol
fundacional. Él que había sido educado en un colegio de curas, había escuchado
las dos posiciones, la retórica tercermundista y la prédica ortodoxa. Pensaba
que los tercermundistas tenían razón en todo lo que exponían en la doctrina
social de la iglesia y su discurso era el más parecido al de Cristo, que
también había venido a revelar y a rebelar, pero nunca habló de venganza,
revanchismo social y violencia, sino de amor. De los ortodoxos, opinaba que
adolecían de ese compromiso militante, misionero, de estar junto a los que más
sufren, su posición era cómoda ó cobarde pero, no conducían al rebaño hacia el
precipicio. ¿Era posible una síntesis que hubiera resultado perfecta? ¿O solo
Cristo pudo, puede y los curas, como hombres que son no? Si los hombres ni
siquiera habíamos aprendido a escuchar. También Pablo estudiaba las
vulnerabilidades de la clandestinidad guerrillera especialmente las relaciones
sociales, familiares, laborales y sentimentales de las que ninguna persona se
puede abstraer, si lo hace resulta sospechosa y si no lo hace comete
inevitables errores. Indudablemente la doble vida era una tarea complicada que
siempre dejaba huellas que había que saber leer, pero esa era una tarea
imposible por la cantidad de casos y la falta de tiempo. Estudiar a una persona
ó algunas era posible, pero cuando eran decenas no.
Al cumplirse el quinto de
aquellos estúpidos y aburridos días traspuso la pesada puerta blindada con su
bolso al hombro. En ómnibus se trasladó hasta la casa de su primo Bochi para
pedirle prestado el Citroen 2 CV. En él viajó a Santa Fe, atravesó el túnel
subfluvial “Hernandarias” transitó por la ruta nacional 168, cruzó el histórico
puente colgante, giró hacia el norte por la avenida costanera y al llegar a la
calle J.P.López dobló a la izquierda. Ingresó a la cochera del espléndido
chalet del distinguido barrio Guadalupe, la puerta que comunicaba con el interior de la residencia se
abrió y asomó un hombre de unos cuarenta años, sonriendo como en una propaganda
de dentífrico y saludando con los dos brazos en alto. Era Juan Lucas,
eternamente bronceado, propietario de un boliche muy de moda bautizado por él
“Amazonia” emplazado en el casco céntrico de la ciudad cordial.
Juan
Lucas era gay y aunque nunca perdía las esperanzas de lograr sexo con Pablo,
éste solo lo consideraba un buen amigo. Almorzaron lomo a la pimienta que asó
con maestría el dueño de casa, bebieron café irlandés y luego se dirigieron a
la piscina rodeada de palmeras a tomar sol; a las cuatro de la tarde partió en
su coche rumbo al trabajo diurno, la inmobiliaria de la que también era dueño.
Pablo se calzó unas sandalias recogió los parisiennes,
el bronceador y las llaves del Citroen para trasladarse hasta la playa. Al
llegar al monumento a José Gervasio de Artigas, en la rotonda de la avenida
costanera giró hacia el este y estacionó en la rambla “López”. Al pisar la arena de la laguna Setúbal varias miradas
femeninas lo enfocaron, no era Alain Delón, pero la playa era el mejor
escenario para sus perfectas proporciones físicas. Se tendió en la arena boca
arriba, apoyado en los codos mirando hacia el este. Allá lejos, en el
horizonte, las lomadas entrerrianas exhibían orgullosas sus majestuosas
barrancas con sus bosques en galerías. Podía divisar la ciudad de Paraná y a
sus pies el delta, paraíso de islas; más allá invisibles, imaginaba las
praderas del centro y la selva de Montiel.
Al
cabo de una hora de soportar estoicamente los implacables rayos de sol
santafesino zambulló en la laguna para refrescarse y luego caminó hasta el bar
subiendo la explanada en cuya cima descansaba el Citroen. Se acercó a la barra
y pidió una cerveza Schneider bien
fría, se deleitaba con los primeros tragos cuando aparecieron Gabrielita y
Patricia.
-¡Hey loco! ¿Qué haces acá?-Saludó Patricia
besándolo en la mejilla y rozando obsenamente con sus pechos el brazo de Pablo.
La veinteañera de piel muy blanca y ojos verdes lucía una infartante bikini de cola less rosada. Gabrielita mucho
más delgada, cubría la tanga de la bikini con un pareo colorido y transparente,
en sintonía con sus cadenitas, pulseras, aros y pañuelo a manera de vincha, el
look hippie sempiterno rematado con una bolsita de yute colgando del hombro hasta
las caderas.
Invitó
a las muchachas a beber una cerveza, para lo cual se sentaron alrededor de una
mesita ubicada junto a la baranda de la rambla. Compartieron risas,
cigarrillos, varias cervezas, demasiadas y una charla frívola. Cuando la tarde
agonizaba él las invitó a conocer el chalet de Juan Lucas, les pareció
fantástico y hacia allí rumbearon en el Citroen. Al arribo, el dueño de la casa
telefoneó a Pablo advirtiéndole que no regresaría ya que, por razones de
trabajo debía viajar de urgencia a San Cristóbal. A la medianoche los tres
habían cenado y bebían whisky sentados sobre la alfombra roja apoyados en
almohadones multicolores sembrados por todo el living. Sui Géneris atronaba:
“Hace
tiempo que fui mozo
y
fui libre de verdad
guardaba
todos mis sueños
en
castillos de cristal
poco
a poco fui creciendo
y
mis fábulas de amor
se
fueron desvaneciendo nena
como
pompas de jabón
Te
encontraré una mañana
Dentro
de mi habitación
Y
prepararás la cama para dos…”
Patricia ataviada sólo con una
bombacha turquesa invitó a Pablo a bailar, se abrazaron, ella le rodeó el
cuello con sus brazos, sus pechos desnudos se apoyaron en él. Se besaron con
descaro y lentamente se dejaron caer sobre la alfombra roja. Cuando la llama
del amor se extinguió descubrieron a Gabrielita sentada junto a ellos cruzada
de piernas observándolos. El le ofreció la mano, ella se acercó y se tendió
encima del joven para recibir también ella su cuota de amor.
Dos
días después, mientras revolvía sus ropas en procura de una remera que no
estuviera arrugada, Pablo recibió en el hotel un llamado telefónico del hombre
que había entrevistado en el boliche, el Oficial Tenegri. Le informaba que
viajarían al otro día en su coche a Santiago del Estero acompañados con el
Comisario Palacios; llevarían cinco mil boletines clandestinos en los cuales
formulaban sus propuestas para distribuir en las dependencias policiales
santiagueñas. La reunión secreta se realizaría en una finca situada en las
afueras de la ciudad capital. Pablo concedía a esta misión tanta importancia
como a su trabajo, consideraba irracional el sometimiento de la policía a los
militares, no lo aceptaría jamás. Ellos que se dedicaran a su tarea de
aniquilar al enemigo, como les pedía el pueblo y les ordenaron los gobiernos
democráticos y ahora militares; pero de allí a la apropiación de la policía
había una enorme distancia.
El
Renault Break color champagne había salido de Paraná en un día extrañadamente
caluroso y no era época para esa temperatura, seguramente era el preanuncio de
lluvias. Pasó por Santa Fe, Rafaela, Ceres y se encontraba en la desolada ruta
34 exactamente entre los caseríos de Selva y Palo Negro, en Santiago de Estero.
El trayecto era extenuante, el calor insoportable, dentro del Renault los
transpirados policías insultaban cada vez que la rural se sacudía sobre el
asfalto hirviente y plagado de baches. Sofocados por el mediodía santiagueño
adormecían los paranaenses invadidos por un viento caliente que ingresaba por
las ventanillas. Al Comisario de lentes oscuros que manejaba le chorreaban
gotas de transpiración desde las patillas hasta el cuello. El Oficial Principal
se había acostado en el asiento trasero con los ojos cerrados y los brazos
cruzados sobre el pecho. Pablo con la camisola desabrochada fumaba apoyado en
la ventanilla con el cristal bajo.
Eran
los responsables de la tarea de unir a las policías de Misiones, Corrientes,
Entre Ríos, Chaco, Formosa, Santa Fe y Santiago del Estero; otros se
encargarían del resto, la zona noroeste y centro era su problema y para ello
estaban allí. La modorra los había abombado, el diálogo se había agotado muchos
kilómetros atrás, viajaban absortos en sus pensamientos cuando súbitamente un
Torino color verde agua apareció fantasmalmente desde la nada y se detuvo en
medio de la ruta obstaculizando totalmente el paso. Pablo gritó:-¡Cuidado!- el
conductor de la Break
pisó el freno bruscamente y se aferró con fuerza al volante del coche que
derrapó de costado hasta detenerse recién a pocos metros del Torino. El que
dormitaba en el asiento trasero fue a parar al piso, Pablo advirtió que del
coche atravesado rápidamente descendían cuatro hombres con armas largas; en un
acto reflejo extrajo la cuarenta y cinco de la sobaquera y disparó tres tiros
desde el asiento del acompañante hacia el Torino. Los impactos de la pistola de
Pablo hicieron explotar el parabrisas de la Break , los atacantes se arrojaron sobre el
asfalto; el joven oficial paranaense abrió violentamente la puerta del coche y
cuando su pié derecho pisó la caliente ruta 34 sintió un objeto redondo y duro
que se apoyaba con fuerza justo detrás de su oreja derecha.
-¡Si
te movés, te mato guacho!-gritó alguien que seguramente se había emboscado al
costado de la ruta, oculto entre las tipas y los aromitos.
-¡Tiren
las armas! ¡todos al piso! ¡las manos en la nuca!- vociferaba el recién
aparecido apuntando con un FAL. Dos de los atacantes abrían las puertas del
lado izquierdo de la rural para bajar a los compañeros de Pablo a las trompadas. Los tres entrerrianos acostados
boca abajo, fueron esposados a la espalda y vendados los ojos con cinta de
embalar marrón, luego comenzaron a patearlos. El chofer sangraba, los vidrios
del parabrisas se habían incrustado en su cara y en sus manos. Pablo advirtió
que las esposas que apretaban su muñeca eran del modelo francés porque las
habían cerrado girando una llave cilíndrica, eran novedosas, sólo el ejército
las usaba, no eran terroristas aquellos ¿Habría herido a alguno de ellos?
Fueron arrastrados hasta dos autos, dos fueron acostados en la parte trasera de
un coche, uno encima del otro y Pablo en otro. No habían recorrido más de dos
kilómetros por un camino de tierra transversal a la ruta 34 cuando los bajaron
y sin caminar más de tres pasos, los hicieron subir tres escalones. Pablo pensó
que debía tratarse de una casa rodante. Los hicieron sentar en el piso, espalda
contra espalda, esposada y vendada.
-¡Nombres,
jerarquías y reparticiones!-gritó uno de los secuestradores.
-Arnaldo
Palacios, Comisario de Operaciones Especiales -habló el lastimado y aterrado
chofer.
-Joaquín
Tenegri, Oficial Principal del Comando Radioeléctrico explicó el que minutos
antes dormía plácidamente.
-Pablo
Ríos, Oficial Ayudante, de Sumarios Administrativos- dijo el más joven, para
recibir automáticamente una brutal patada en las costillas que lo hizo gemir de
dolor acostándolo en el piso.
-¡Mirá
guacho hijo de puta, casi nos mataste, no te matamos de pedo y encima te haces
el pícaro!
-Nadie
te pidió el nombre de guerra, lo único que dijiste bien fue tu jerarquía, decí
tu nombre real y tu repartición –continuó diciendo mientras le pisaba la cabeza
oprimiéndola contra el piso.
-¡Le
digo la verdad! Tengo mi documento en el bolsillo oculto adentro del
calzoncillo, sáquelo y vea. –Lo revisaron y lo encontraron.
-¡Es
trucho! –dijo el interrogador luego de mirar el documento de identidad y cuando
le iba a propinar otra patada, uno de ellos dijo:
-¡Basta!
–y continuó hablando –sepan señores que los conocemos perfectamente, como
además sabemos que son de la Oficialidad Joven y a qué iban a Santiago. Esto
es solo una advertencia, si persisten en
complotarse contra la intervención militar, la próxima vez son boleta ...
¿entendieron?
-Si
señor –respondieron los tres.
Entonces
fueron liberados y sin mediar más palabras llevados hasta la break siempre
encañonados hasta que el coche arrancó.
Si al trayecto del viaje de ida lo
habían recorrido bañados de transpiración, al de regreso lo hicieron bañados de
humillación. Miles de cristales esparcidos en la rural eran del parabrisas, les
habían robado los proyectiles y los compañeros recriminaban a Pablo haber
disparado. Este sin molestarse en responderles pensaba que seguramente los
habían escuchado interviniéndoles los teléfonos; también evaluaba un ramillete
de posibles venganzas que iban desde las más razonables hasta las más
impulsivas y violentas comenzando por secuestrar al interventor militar y
hacerle precisamente lo mismo que acababan de sufrir ellos.
Aquel suceso acaecido en tierra
Santiagueña, lejos de amedrentar a Pablo, había arrojado combustible sobre las
llamas del odio hacia los milicos que siempre mantenía encendida. Pero el
episodio trascendió al conjunto de la Oficialidad Joven , la había asustado reduciendo sus
actividades a la mínima expresión. Decepcionado por la cobardía de sus
compañeros Pablo decidió dedicarse a sus estudios universitarios.
El cursillo común se dictaba a los
ingresantes en la
Universidad Nacional del Litoral, de gran prestigio en
Latinoamérica. Problemática Universitaria y Ciencias debían aprobar los alumnos
que pretendía ingresar; para quienes provenían de colegios privados no
constituía ningún obstáculo, los que habían egresado de escuelas públicas
encontraban dificultades. La condición social establecía la primera diferencia.
Fue allí, con su identidad verdadera: JAVIER ROTTER, donde conoció a Griselda,
una joven de diecinueve años, de cabellos castaños claros que le llegaban hasta
los hombros, labios finos, pecosos, audaces y alocados. Siempre vestía jeans
ajustados campera, zapatillas y una bolsa de cuero crudo cruzada, ostentaba una
figura excepcional. En los recreos compartían el café en el bar de la facultad,
fue allí donde ella le comentó que sus padres eran separados, que vivía con su
madre y no le alcanzaba el dinero para pagar el ómnibus desde Paraná a Santa
Fe. Había tomado la decisión de viajar a dedo y entusiasmó a Javier para
que la acompañe ya que temía que algún camionero atrevido pudiera intentar
violarla.
-Así fue que, mientras duró el curso
común se encontraban en el acceso del Túnel Subfluvial Hernandarias en
Paraná para hacer auto-stop hasta Santa Fe. Para regresar caminaban hasta el
puente Colgante y en este o en el Oroño apelaban a un trámite rápido y pícaro.
Ella se paraba al costado de la ruta haciendo señas a los automóviles y
camiones cuyos conductores al ver semejante belleza no dudaban en detenerse, se
acercaba a la ventanilla y les decía: estoy con mi hermano, ¿me llevas?... y ya
no podían negarse, entonces aparecía Javier desde algún escondite.
A los pocos días Griselda estaba
convencida de dos cosas, que Javier estaba deslumbrado por ella y que lo
manejaba a su antojo, ambas eran ciertas.
La dupla aprobó el curso de ingreso sin
dificultades e inmediatamente comenzaron a asistir a las clases regulares de
Historia Institucional, Filosofía y Ciencias Políticas. Las primeras materias
que pensaban aprobar.
Normalmente
las mujeres inicialmente entablan diálogo con otras mujeres y la facultad no
escapaba a esa regla, pero esa mujer no. Se sentaba en el banco justo delante
de Javier, era santafesina. Al concluir la
primera clase de Historia y mientras Javier todavía permanecía en su
pupitre acomodando sus útiles y apuntes, ella se levantó y se paró junto a él
con su pelvis casi rozando provocativamente el brazo del entrerriano.
-A
mí, Historia me cuesta mucho ¿a vos también? –abordó ella.
-No,
a mí no me cuesta, me resulta fácil -y percatándose de la insinuación agregó
–si querés te ayudo, podemos estudiar juntos.
-Claro,
bárbaro.
Emilse
Reinz era bastante más exuberante que Griselda, aunque no más bella, cada una
tenía lo suyo. La santafesina tenía cutis blanco, cabellos de un negro
profundo, semilargos y ensortijados, una leve miopía la obligaba a usar unos
anteojos que le otorgaban un aire intelectual. Sus cejas eran abundantes aunque
delineadas y bien depiladas, su boca serpenteada por labios carnosos liberaba una voz sumamente sensual.
De
movimientos soberbiamente felinos y decisiones veloces, rápidamente buscó y
consiguió la amistad de Griselda, a nadie escapaba que esta y Javier eran
mínimamente amigos y tal vez algo más. Al poco tiempo pasaron de ser solamente
amigas a establecer una amistad íntima, así supo que no existía ese algo
más que uniera a Griselda con Javier. A Emilse y Javier pronto los
atrapó el hechizo de la atracción recíproca, la química, el magnetismo mágico.
El notaba que a ella la entusiasmaba charlar sobre temas políticos y como eso
lo acercaba a la muchacha, recurría a la política con frecuencia aderezando sus
opiniones con afirmaciones o dudas existencialistas, pícaro recurso para
estimular definiciones y acciones.
Las conversaciones de los tres amigos
interrelacionaban política, filosofía, pedagogía, psicología y sociología,
cuestionando y replanteando la realidad nacional y latinoamericana, la
dependencia y el rol de la sociedad y los partidos políticos. Esas incursiones que comenzaban con
Aristóteles y llegaban a la actualidad, muchas veces más que esclarecerlos los
confundían aún más. La incorporación de conocimientos al no ser gradual y sistemática,
apurada por el afán de aprobar materias rápidamente y cátedras superpobladas de
alumnos atentaban contra la formación de los educandos.
Si
bien simpatizaban con los muchachos de la Juventud Peronista
también los tachaban de burgueses cómodamente dedicados sólo a la militancia en
el ámbito estudiantil. Estas razones los decidieron a crear una agrupación
universitaria política y popular cuya militancia se concentraba en el
territorio de los barrios humildes. Recorrieron las aulas de la facultad invitando
a los alumnos a integrarse; con cierta decepción comprobaron que solo se
interesaban los chicos que cursaban sus primeras materias, de ellos lograron
captar delegados en varias cátedras. Sorprendía la metamorfosis instantánea que
se producía luego de la primera charla, los ingresantes evidenciaban ansias de
participación y compromiso social. Por su combatividad brillaba una niña de
primer año muy bella, que deslumbrada por Javier lo perseguía por toda la
facultad provocando los celos de Emilse y Griselda. Belleza y valentía era el
cóctel ante el que Javier sucumbía en un tris.
Dividieron
la tarea de recorrer los barrios en grupos, charlaban con los vecinos y tomaban
notas de las necesidades más urgentes. Gestionaban reclamos antes las
autoridades municipales, dictaban clases de apoyo a los niños y organizaban
tareas comunitarias. En una de estas visitas, la bella niña ingresante y
valiente puso a Javier en apuros diciéndole:
La
nuestra es una militancia hipócrita porque nosotros venimos y colaboramos, pero
luego nos vamos, volvemos a nuestra vida cómoda, no convivimos con ellos, no
compartimos el sufrimiento diario de la pobreza.
Javier
aceptó la durísima autocrítica como una inmensa verdad; le prometió estudiar la
obtención de recursos para que aquellos que voluntariamente resolvieran residir
en los barrios pobres pudieran hacerlo. No era fácil ni barato.
Por
su parte, Griselda acompañaba poco y casi no participaba de la dialéctica
política que era la droga que compartían Emilse y Javier; además la excusa para
dar rienda suelta a la atracción mutua, compartiendo momentos. Para Emilse los
pobres debían ser esclarecidos, iluminados y conducidos por los más aptos, para
él, a los pobres Dios les compensaba su pobreza haciéndolos felices. Ella era
agnóstica, él ultracatólico, a veces, y recurrentemente apelaba en su retórica
a citas del Concilio Vaticano Segundo y del Congreso de Medellín; decía que la
mejor doctrina política era la social de la iglesia. Ella se burlaba
diciéndole:
-Vos
debés ser del Opus Dei y tu jefe político el beato Escrivá de Balaguer.
El
defendía a Perón, su familia era peronista y él lo había heredado como su
fanatismo por el Club Estudiantes de
Paraná. Ella decía que Perón fue un viejo lelo y traidor.Él decía que había
sido un estadista brillante que otorgó derechos constitucionales a los
oprimidos y produjo un avance revolucionario en la Argentina. Ella
opinaba que los sindicalistas con López Rega habían creado la tripe A. Él se
burlaba de la ingenuidad de pensar que el valet pudiera tener una
iniciativa de esa naturaleza sin que el General la autorizara y le recomendaba
leer los últimos discursos del líder. Ella admiraba la capacidad para recordar
fechas de Javier cuando repasaba hechos:
-Querida
Emilse, analizá éstos datos: El 5 de septiembre de 1973 Firmenich y Quieto se
reunieron con el General ¿qué le exigieron? El 25 del mismo mes en respuesta a
la negativa de Perón asesinan a Rucci. Cinco días después y por ese motivo se
organiza la triple A ¿quiénes participan? Perón, Benito Llambí, Lastiri,
Martiarena, López Rega y también los gobernadores y vice gobernadores. Díez
días después el Consejo Superior Peronista emite la orden secreta para los
delegados del Movimiento Nacional Justicialista declarando textualmente la
guerra contra los grupos marxistas. Dos años después Luder crea el
Consejo de Seguridad Interior integrado por todos los ministros del gabinete
nacional y emite la orden de aniquilar. Hay ocasiones querida
mía en que los hechos hablan por sí mismos, concluyó Javier.
Ella
admiraba al Che Guevara,
veía al peronismo como un movimiento obsoleto pero útil para que el pobrerío
mayoritario iluminado por una vanguardia, fuera la escalera que les permitiera
a los montoneros conquistar el poder y sus hombres, sus guerrilleros conducir
el país desde el gobierno. Ella se definía liberada de prejuicios, feminista,
descreía de la monogamia, la entendía como una imposición de la sociedad:
disputaba la compañía de Javier con Griselda, aunque trataban de disimular la
competencia. La entrerriana lo tenía para ella en la calle y en su ciudad, la santa
como algunos le decían; en la facultad. El disfrutaba del juego y las otras
alumnas comentaban por lo bajo, en sorna, que ambas chicas eran socias
porque compartían alegremente el mismo hombre. Pero Griselda sabía que perdía
terreno en el corazón y en la bragueta de Javier, entre él y la santa
había demasiados toqueteos, hasta regalitos, había visto una tarjeta que decía:
“Dirán que andas por un camino equivocado, cuando andes por tu camino”.
Una
tarde en que Emilse y Javier tomaban café en el bar de la facultad, ella lo
sorprendió con un comentario que refería a los inconvenientes que tenía con el
novio debido a los celos de éste hacia Javier. El comentario decepcionó
profundamente a Javier, que pensó: ¿Si tenía novio para que flirteaba con él?
Si no aceptaba la monogamia tampoco debía aceptar un novio celoso. ¿Qué cosas
le había contado al novio que a éste le produjeron celos?
-Lamento
ser el causante de tus problemas, nunca me dijiste que tenías novio, no volverá
a ocurrir, sólo atinó a decir Javier.
-No,
no importa eso...vos no tenés culpa de nada; tal vez hablé demasiado bien de
vos delante de él –intentó aclarar Emilse pero la respuesta no fue suficiente.
A
partir de aquella charla Javier esquivó cualquier acercamiento con ella y,
cuando el diálogo era inevitable lo reducía a comentarios breves y cortantes.
Este distanciamiento fue rápidamente advertido por Griselda y decidida a
aprovechar la oportunidad lo invitó a estudiar en su casa el sábado siguiente.
Cuando Javier oprimió el timbre de la casa de la avenida Almafuerte, ella,
seductoramente vestida solo con una camisa de hombre desprendida hasta el
tercer botón del escote, le abrió la puerta. ¿Se había producido tan
provocativamente para seducirlo? Luego de besarlo en la mejilla e invitarlo a
pasar al interior, su primer comentario fue dirigido al viaje que su madre
había tenido que hacer para visitar a una hermana enferma; le hacía saber que
estaban solos en la casa. Se sentaron junto a la mesa del comedor y comenzaron
a repasar los apuntes tomados en clase de filosofía y a leer los textos
indicados por el titular de la cátedra; fumaban y ella cebaba mates amargos,
costumbre entrerriana. En un momento dado ella se levantó de la silla, se
acercó a él y se inclinó sobre la mesa
para leer el libro de Javier, sus pechos desnudos quedaron pendiendo a veinte
centímetros de los desorbitados ojos del muchacho, quién fingió con mucho
esfuerzo no advertir la señal. Ella retornó a su silla ubicada frente a él y
continuaron estudiando, pero al cabo de un rato sus pies desnudos se apoyaron
sobre los de Javier que tampoco reaccionó a la insinuación cariñosa. Habría
transcurrido una hora y media de estudio cuando ella dijo:
-Estoy
harta del mate, tengo ganas de tomar café ¿vos?
-Dale,
vamos a tomar.
-Acompañame
a la cocina, vamos a prepararlo.
La
cocina era pequeña y angosta, ocupada por una heladera grande y antigua, un
aparador de algarrobo, una cocina con
una garrafa de quince kilos y una mesada con dos bachas; arriba de ella,
la alacena atornillada en la pared. Griselda puso a calentar una cafetera con
agua y luego se apoyó en la mesada parada en puntas de pies, para luego
levantar los brazos en busca del café, dentro de la alacena. Quedó de espaldas
a Javier y debido a la intencionada pose, se le levantó la camisa mostrando al
varón la brevísima bombacha negra que intentaba vanamente cubrir aquel trasero
perfecto. El comprendió que no podía seguir ignorando lo que pasaba. Se acercó
a ella por detrás y metió sus manos dentro de la camisa acariciándole los
pechos; ella bajó lentamente los brazos hasta apoyar sus manos en la mesada,
sin darse vuelta. Segundos después él le bajó la bombacha, la dio vuelta y la
acarició detenidamente. Tanto habían imaginado ese momento, sin admitirlo, que
ella, que demostró ser más apasionada, hizo sin proponérselo que él se
precipitara, y todo sucedió demasiado
rápido, debieron amarse más tiempo.
Tal
vez fueron pequeños detalles como las atenciones y los gestos de caballerosidad
de Javier hacia Griselda, tal vez porque ella misma le contara secretamente su aventura sexual ó
sólo se lo insinuara, la cuestión era que Emilse sabía o intuía que iba
perdiendo la partida. Además ella misma había provocado el distanciamiento con
aquella maldita, inoportuna y desafortunada conversación; aunque su intención
estuviera en las antípodas del desenlace ocurrido. Se esforzaba por no
demostrarlo, pero interiormente explotaba por sus celos. La otra había visto la
oportunidad y la había aprovechado.
Javier
era el líder de la agrupación Universidad Popular, secundado por
las dos mujeres y seguido por un número considerable de alumnos y alumnas.. Lo
preocupaban aquellos estudiantes de bajos recursos a los que les dedicaba más tiempo
intentando ayudarlos ideando soluciones. De la facultad se dirigía al trabajo,
de allí al hotel y los sábados a La belle époque. Ignoraba que la
inteligencia santafesina lo acechaba, lo había detectado y lo investigaba
calificandolo de “activista universitario y probable terrorista”; sabían que
era oriundo de Paraná y consultaban a la comunidad informativa y a los buchones
de la orga que eran legión. Pensaba que si alguna vez en su trabajo,
la inteligencia federal cuestionaba su militancia estudiantil, sabría que
responderles y era muy difícil discutir, fundamentalmente con él. Mientras no
se metiera en cosas pesadas no tenían derecho a meterse; al menos de eso estaba
convencido.
Luego
de insistir en varias oportunidades Emilse logró convencer a Javier para que
éste concurriera a su casa a estudiar y allá fue. Solo viajaba a dedo
cuando acompañaba a Griselda, cuando lo hacía solo utilizaba los ómnibus del
transporte interurbano Etacer. Descendió en la estación
terminal General Belgrano, en pleno centro santafesino y caminó seis cuadras
hasta donde se encontraba la casa de Emilse en la calle 9 de Julio. A juzgar
por la zona y la construcción pensó que seguramente se trataba de una familia
de clase alta. Ella salió a recibirlo elegantemente vestida y lo presentó a los
padres con la solemnidad con la que se actúa cuando se presenta formalmente al
novio, sin mencionar ese detalle. ¿Qué se proponía? Ellos parecían encantados
de conocerlo ¿veían en él un mejor candidato para la hija que el otro, un
pobretón de ideas comunistas en tiempos peligrosos ? Intercambiaron las
trivialidades que suelen decirse en esos casos y luego los dejaron solos. Mucho
no estudiaron, casi nada, charlaron, café y masitas dulces mediante, ella le
comentó que su novio militaba en una agrupación política y que trabajaba
duramente en una empresa constructora, no por necesidad, sino para entender
cómo piensan los obreros, los proletarios, los oprimidos. A Javier se le
ocurrió que ese personaje debía ser comunista y además idiota, allí estaba la
respuesta al grato y llamativo recibimiento de los padres de ella. Al
despedirlo ella sugirió que la próxima vez podrían estudiar en la casa de
Javier; esto complicaba las cosas, él no vivía en la casa de sus padres,
primero por una medida de seguridad y además porque sus relaciones con ellos
eran pésimas. Le respondió que no era conveniente y ella
creyó encontrar en esas palabras la confirmación de algo que venía sospechando
desde tiempo atrás: Javier andaba en algo pesado.
Emilse
suponía que eso algo pesado en lo que andaba Javier era una
organización terrorista y ese tremendo error sumado a la atracción que por él
sentía la llevó a confesarle una tarde en el bar de la facultad un secreto:
Ella y su novio Ramiro (así dijo que se
llamaba) eran soldados de la organización guerrillera montoneros. A Javier se
le congeló la sangre y no sólo por eso, ella agregó que el celoso Ramiro (ahora
ya no sabía qué era verdad y qué era
mentira) quería conversar con él, desconociendo el motivo. Desconcertado Javier
intentaba razonar, un novio celoso era una cosa, pero un terrorista celoso era
otra muy distinta ¿tal vez Ramiro lo amenazaría para que deje de frecuentar a
su novia? Sea lo que fuere, no podía mostrar cobardía, era un líder y estaba
ante una adepta cuyos aditamentos eran guerrillera
enamorada.
Así
fue que acordaron encontrarse al día siguiente en la entrada principal del Club
Atlético Unión de Santa Fe, a las cinco de la tarde. Javier llegó a la terminal
en el Etacer y desde allí hasta el club tatengue en el micro de la línea
cinco; iba desarmado, desde que asistía a la facultad no usaba armas, y eso
hacía que ahora se sentiera muy
indefenso. Nunca comunicó a sus jefes haber contactado con terroristas, tamaña
novedad ocultada constituía una traición y una falla profesional muy grave
porque corría un riesgo innecesario. Ella llegó luciendo una camisa de varón
color verde oliva, vaqueros y zapatillas, con una bolsa colgada del hombro
¿venía armada? Sonriente lo saludó:
-¡Hola
flaco! ¿todo bien?
-Sí
– contestó él- todo bien.
Extrañamente ella le pidió
con gran amabilidad que se colocara unos anteojos oscuros que sacó del bolso.
Cuando Javier lo hizo se dio cuenta que estaban pintados por dentro, no veía
absolutamente nada. Ella lo tomó del brazo y le dijo:
-Es una medida de seguridad,
caminá como si fuéramos novios, yo te guío.
-Ninguna de las dos últimas
cosas me disgustan bromeó Javier.
Experto él, advirtió que ella
era principiante en esas lides porque no lo hizo caminar previamente en
círculos para desorientarlo antes de comenzar el trayecto. Pudo entonces el
hombre de la inteligencia federal percatarse que cruzaban desde el club Unión a
la vereda del enfrente, el Este, de allí caminaron hacia la izquierda, el Norte,
bajaron y subieron seis cordones, eran tres cuadras cortas. Luego caminaron
otras dos cuadras a la derecha, o sea al Este, giraron a la izquierda, el Norte,
una cuadra, cruzaron a la otra vereda, eran dos cordones y él calculó que se
detuvieron en la segunda o tercera casa de una calle cuyo nombre desconocía
pero que podía ubicar fácilmente. Ella golpeó la puerta con dos golpes
seguidos, una pausa y tres golpes más espaciados. Desde adentro de la casa una
voz preguntó:
-¿Quién es?
-Sara – respondió ella,
descubriendo su nombre de guerra.
Una vez en el interior ella
le quitó los anteojos y Javier se encontró frente a frente con Ramiro, que,
seguramente no era su verdadero nombre. Se trataba de un colorado que tendría
la misma edad de Javier, más bien petiso
y de aspecto desaliñado, cuando este le estrechó la mano la sintió muy áspera,
era la mano de un albañil.
La vivienda era una
construcción antigua de paredes altas y pisos de madera, casi sin muebles,
abandonados y sucios. Con fingida simpatía Ramiro los invitó a pasar a la
cocina, los tres se sentaron en el piso alrededor de una desvencijada mesita
ratona. El guerrillero, novio celoso, supuestamente llamado Ramiro extrajo de
su cintura una pistola Brownning 9 milímetros que en actitud intimidatoria apoyó
sobre la mesita para comenzar a hablar:
-Bueno Javier, hace dos meses
que te estamos chequeando sabemos, de tus convicciones políticas y de tus
condiciones para la militancia, queremos que te incorpores a la orga, a
montoneros, se entiende. Si aceptas, los tres integraremos una célula, una unidad
básica de combate. Las nuevas órdenes de la conducción hablan de la autonomía
operativa. Si querés mañana mismo comenzamos a darte un curso de instrucción
militar. ¿Qué decís?
-Bueno... me sorprende un
poco esta propuesta tan precipitada pero...acepto –dijo poco convencido y
temiendo mucho que si su respuesta era otra no viviría para contarlo. – En
cuanto a la instrucción militar, te voy a mostrar algo.
Sacó un pañuelo de su
bolsillo, se vendó los ojos, tomó la pistola oprimió el botón que expulsaba el cargador,
lo sacó y lo desarmó, resorte por un
lado, almacén por otro y elevador de proyectiles por otro lado. Tiró la
corredera hacia atrás y quitó el tetón del seguro; de la corredera extrajo el
resorte y el cañón. Con la pistola completamente desarmada sobre la mesita, sin
quitarse la venda de los ojos comenzó a armar las piezas nuevamente.
Tamaña demostración de
conocimiento del arma ridiculizó a Ramiro frente a Emilse que, asombrada por el
hombre que la seducía, solo atinó a reírse. Si Ramiro había estado celoso,
ahora lo estaba mucho más.
Luego de aquel episodio, una
profunda preocupación se apoderó de Javier ¿qué había hecho? Era una locura
extremadamente peligrosa, pero tenía solución, debía apartar a Emilse de Ramiro
lo que no parecía muy difícil, luego
conducirla hacia la militancia barrial en su agrupación y ella se
olvidaría de la opción violenta. No la dejaría sola conociendo el peligro que
corría.
Comenzaron a practicar tiro
al blanco en el patio de la casa operativa de la organización que habitaba
Ramiro, utilizaban una pistola de aire comprimido calibre cinco y medio por
varios motivos: Según explicaría Ramiro tenía un peso similar a las de guerra,
no hacía ruido y su retroceso era el mismo. Según el manual de instrucción de
las milicias montoneras debían aprender a disparar desde diferentes posiciones,
en pie, cuerpo a tierra y apoyados en una rodilla. Al cabo de cada práctica en
las que Ramiro se jactaba de su puntería (la de Emilse y Javier era lamentable)
aquel adoctrinaba:
La nuestra es una estrategia de
guerra popular, revolucionaria y prolongada. Esto implica que nos planteamos el
reemplazo del sistema capitalista dependiente que hoy domina nuestro país, por
el socialismo, a través del desarrollo de una guerra contra la oligarquía y el
imperialismo librada por nuestras estructuras políticas y militares, sustentada
en la lenta acumulación de poder político y militar simultanea al desgaste del
enemigo. La actual estrategia de éste consiste en utilizar tanto a la policía
federal como a las policías provinciales
en la tareas de detención, allanamientos y controles de ruta que implican
molestias a la población, es decir las FFAA en público, protegen su imagen,
aunque en la clandestinidad torturan, roban y asesinan compañeros. Para cumplir
con la orden general impartida para el ejército montonero vamos a realizar una
operación de hostigamiento al enemigo consistente en un ataque a la Comisaría Sexta..
Así habló Ramiro, que, por
estar en la clandestinidad podía participar del ataque pero no en los chequeos
previos para los cuales fueron designados Emilse (o Sara) y Javier.
Al otro día, en la facultad,
Javier dejó en claro ante Emilse sus determinaciones:
-
Mira negrita, yo no pienso matar ni herir a nadie,
-
Quedate tranquilo flaco, es solo un ametrallamiento para
asustar, para el titular del diario del día siguiente y para propaganda de la orga
en el Evita Montonera. Le tiramos unos tiros al frente del edificio
cuando no haya nadie y nos vamos.
-
Sí, pero puede ocurrir que una bala perfore una ventana y
vaya a parar en la cabeza de algún vigilante.
-
No es nuestra intención, tampoco va a suceder, Ramiro tiene
mucha puntería, solo él va a tirar, nosotros lo cubrimos.
La comisaría en cuestión
estaba enclavada en el barrio Barranquitas en la Avenida López y Planes
al 4.300, sobre la vereda Oeste. Lindaban con ella hacia el sur una farmacia,
hacia el norte una ferretería y más allá un kiosco junto a las vías del
ferrocarril Belgrano. Los primeros estudios Emilse y Javier los hicieron caminando,
entablaron conversación con Cacho, el quiosquero, con la hija del dueño de la
ferretería y con el hombre delgado de ojos celestes propietario de la farmacia.
En uno de aquellos chequeos, una noche tormentosa ellos estacionaron un Peugeot
504 marrón oscuro de la organización en una dársena a media cuadra de la
comisaría y al lado de una casilla de madera donde dormía Taco Pacini, el guardabarreras.
Desde el interior del coche observaban los movimientos del personal policial
mientras simulaban ser una pareja de enamorados. Para la medianoche lo único
que habían visto era el acarrear de algunas botellas de vino que los
uniformados compraban en el kiosco de Cacho; eso sí, al fiado, porque el
quiosquero los anotaba en una libreta.
Repentinamente vieron a dos hombres que se acercaban a ellos
caminando resueltamente con las manos en los bolsillos. Javier que se
encontraba al volante, creyendo que eran policías, giró su cuerpo, tomó con sus
manos la cabeza de Emilse y la besó en la boca. Ella lo abrazó, se trataba de
disimular. La pareja miraba de reojo a los hombres que siguieron su camino sin
reparar en ellos, igualmente continuaron besándose, ahora con una furiosa danza
de lenguas mirándose a los ojos en la penumbra del Peugeot de vidrios
empañados. La manos de él volaron hacia los pechos de la joven y la derecha de
ella hacia la intimidad de Javier; al cabo de algunos minutos envuelto en un
frenesí incontrolable, Javier, como si alguien pudiera escucharlo le susurró al
oído:
-Esperá, vamos a otro lado, acá no, condujo velozmente el
Peugeot una diez cuadras y estacionó en la oscuridad del inmenso Parque Juan de
Garay, una de las arboledas más bellas de la ciudad. Con desesperación se
inclinó encima de Emilse para poder tirar de la palanquita que, a la derecha y
abajo del asiento de ella, reclinaba el mismo hasta convertirlo en cama. Luego,
con tironeos bruscos tiró la que estaba debajo de su asiento a la
izquierda. Desnudó a la hermosa joven
completamente y se amaron en todas las posiciones que la incomodidad permitía.
Una semana después llegó el día del ataque al
puesto policial, la guerrillera, su novio y su amante, se encaminaron desde la
vivienda operativa a la comisaría para perpetrar el atentado, seis cuadras no
justificaban usar coches, el novio engañado llevaba la pistola Brownning y los
otros dos un revolver 38 largo cada uno. En la vereda frente a la comisaría,
cruzando la avenida López y Planes nacía un pasillo oscuro que comunicaba con
la calle Gobernador Freyre. Un corrupto secretario de Servicios Públicos de la Municipalidad del
anterior gobierno peronista había abortado la salida a la avenida de la calle
Córdoba, reclamada por los vecinos, pero la coima pudo más, el terreno fue a
parar a manos privadas y la calle se convirtió mágica y trágicamente en
pasillo. Javier y Emilse quedaron en el extremo del pasillo, sobre Gobernador
Freyre, nuevamente simulando, o no tanto, ser una pareja de novios y observando
que nadie apareciera en escena. Ramiro caminó hasta la entrada al pasillo sobre
López y Planes; se asomó a la vereda para comprobar que nadie circulara por el
lugar. Esperó hasta que terminara de
pasar un ómnibus de la línea tres, extrajo la pistola y efectuó seis disparos
hacia el frente del local policial, el silencio de la madrugada magnificó las
explosiones. El reglamento de la organización ordenaba a los guerrilleros de
mayor jerarquía escapar primero, por lo que el Oficial montonero Ramiro pasó
corriendo delante de ellos con la velocidad de una flecha. La supuesta pareja
de novios primero caminó luego lo hizo más rápido y luego corrió dos cuadras
hasta la calle Saavedra y desde allí una más hasta Iturraspe. En aquel lugar,
muy transitado, para no llamar la atención cruzaron caminando; para después
correr nuevamente otras dos cuadras. Ramiro había desaparecido, Javier regulaba
la velocidad de su carrera detrás de Emilse, bastante lenta; de tanto en tanto
miraban hacia atrás. Al llegar a la vía baja, a sesenta metros de calle Río de
Janeiro, se escucharon disparos, seguramente los policías respondían al ataque
gatillando al azar. Ella se torció un tobillo al pisar uno de los rieles y se
desparramó pasadamente sobre los ancianos durmientes de quebracho. El muchacho
la levantó recordando la técnica para transportar soldados heridos en la
guerra, con la mano izquierda tomó el brazo derecho de ella, luego metió su
brazo derecho entre las piernas de la mujer. Cuando el torso de ella se apoyó
sobre su hombro, el peso se equilibró y la cargó con cierta facilidad hasta la
casa operativa donde los esperaba Ramiro. Si algo faltaba para borrar cualquier
sentimiento que Emilse pudiera conservar para con Ramiro, era este suceso que
consolidaba a Javier como dueño y señor de su corazón.
El ataque a la comisaría resultó exitoso, la operación se
concretó sin inconvenientes, al día siguiente
el vespertino local publicó el acontecimiento, habían practicado y seguramente la
orga lo resaltaría en su boletín de cinco pesos mentirosos
que nadie abonaba.
Una tarde en la que el titular de la cátedra de Historia
Institucional había pegado el faltazo, Emilse y Javier fueron a tomar café al
bar de la esquina de San Jerónimo y Boulevard Pellegrini. Ella le había pedido
charlar y éste fue el dialogo:
-Quiero dejar a Ramiro pero no a la orga –habló
Emilse en voz muy baja para evitar ser escuchada por otros estudiantes que
conversaban alegremente en una mesa cercana a la de ellos.
-Yo quiero dejar la orga pero no a vos, y menos a
vos dentro de ella – contestó Javier mirándola fijamente a los ojos.
-No veo ningún motivo para abandonar las convicciones;
aunque admito que si rompo relaciones con Ramiro, éste me va a hacer la vida
imposible, lo conozco.
-¿Querés motivos para abandonar la lucha armada? Yo te puedo
dar muchos, a ver, hagamos un análisis pragmático de los últimos sucesos de
nuestra historia: primero, a horas de asumir la presidencia el General NUESTRO
líder, le asesinamos a Rucci, su mano derecha, nosotros que nos decimos
peronistas ¿peronistas que asesinan peronistas? Bien, ¿el General que hace?
Crea la triple A.
-¡Eso ya me lo contaste flaco!
-Está bien, tenés razón, pero
permitime que agregue algo más: comienzan a matarnos a nosotros, nuestra
conducción nacional se exilia en Europa, huyen como ratas abandonando el barco
al garete; en el barco navegamos nosotros.
Seguimos
asesinando peronistas en todo el país, acá en Santa Fe la orga ejecutó
a Enrique Pelayes de la bancaria y al Diputado Nacional Justicialista Hipólito
Acuña.¡Ah! me olvidaba si a Ramiro lo matan o lo meten preso, a vos te van a
obligar a emparejarte con un soltero o viudo de la orga, es nuestra
ley; y si tenés un hijo y caes, éste no va a parar con sus abuelos, queda en la
orga a cargo de otros compañeros – enumeraba Javier a medida que se
vehemencia aumentaba y con un cigarrillo encendía otro.
En el ataque al regimiento de
Formosa asesinamos chicos, conscriptos indefensos, sin armas, porque en ese
momento se estaban duchando ¿entendés? ¿Te parece justicia popular eso? A todo
esto nuestros jefes se llevaron toda la guita de los secuestros a los
empresarios y pactaron en Francia con Massera, en medio hubo un millón.
¿Nosotros no contribuimos en gran medida a generar el golpe de Estado? ¡Fuimos
uno de los tres motivos causales mi amor! Y la gente, esa que a nosotros nos
mienten que representamos, los aplaude a ellos. ¡Todo el pueblo argentino pidió
a gritos el golpe! Incluida una parte del peronismo ¡Vamos querida! No le
echemos culpas a la CIA
ó a la oligarquía. Te cuento algo más; recuerdo haber comprado el diario El Litoral el 24 de Marzo de 1976 y
todavía lo debo tener en mi casa; en ese diario leí que el Gobernador de
ustedes, los santafesinos, el hombre elegido por Perón, el Dr.Carlos Silvestre
Begnis se abrazaba con los militares que venían a derrocarlo, tenía palabras de
elogio y les deseaba éxito en su gestión…¡Vamos mi amor!
-Bueno, pero los errores de la orga no son motivos para variar mis
convicciones y mi lucha –dijo Emilse ó Sara –Yo no me abro.
-Conmigo te abriste –dijo él
riéndose.
-Sí, pero de piernas –aclaró
ella también sonriente.
-A propósito de eso…¿Cuándo
podríamos repetir la experiencia?
-Lo que pasó entre nosotros
aquella noche fue solo una reacción impulsiva, típico instinto animal –aclaró
ella acariciándole la mano con una sonrisa burlona.
Tiempo después y una tarde, cuando finalizaron
las clases, Javier salió por la entrada principal de la universidad acompañado
de Griselda. Cuando bajaba las escaleras notó que un hombre que simulaba
comprar algo en el kiosco frente al establecimiento educativo comenzó a
seguirlos, la pareja caminó hasta calle San Jerónimo y luego hasta Boulevard.
Javier que conocía las técnicas de seguimiento y contraseguimiento simuló
detenerse a mirar la vidriera de un negocio en el Boulevard; sin asustar a
Griselda observó que el hombre disimuladamente también se detuvo; y otro hombre
más en la vereda de enfrente. Al llegar a la esquina de San Martín y el
Boulevard mintió a Griselda que había olvidado una carpeta en el aula para tener un motivo para regresar, entonces desviaron hacia el norte media cuadra hasta
una cortada que desembocaba en la universidad. Entraron por el acceso de calle
San Jerónimo, ella lo esperó en la puerta del aula, él fingió buscar la carpeta
y salieron por el acceso de calle 9 de Julio despistando a los seguidores sin
que Griselda se enterara; ó eso creyó él.
Lo sucedido era grave y preocupaba a Javier ¿Quiénes lo
seguían? ¿Alguno de los tantos servicios de inteligencia nacional y provincial
que operaban en Santa Fe? ¿Miembros de la
orga que habían descubierto su identidad policial? Algunas cosas eran seguras,
que los vigilaban, lo había verificado, no era paranoia y que faltaba poco para
que quienes los perseguían se decidieran
a actuar. Debía abandonar sus recorridos habituales, no debía conducirlos a
ningún domicilio y mucho menos al de la casa operativa de la calle Río de
Janeiro. Para llegar al hotel adoptaría las maniobras de contraseguimiento y no
asistiría a clases por un tiempo. ¿Avisar? ¿A quien?
Dormía
plácidamente Javier en su habitación del primer piso del hotel Atlántico cuando
lo despertó el teléfono:
¿Quién es? –preguntó
-Mario, soy Mario, Pablo ¿Qué hiciste? La policía te busca
-advertía el compañero de trabajo.
-¿Cómo que la policía me busca? ¿Por qué me busca?
Son los de toxicomanía, parece que detuvieron a una chica
con drogas, y bueno, vos sabes como es, a la primera cachetada nombró a tres
personas y así sucesivamente, hasta que una de ellas te nombró a vos, te van a
detener.
-¡Como se llama la chica?
-Patricia no se cuanto.
-Bueno, gracias por avisarme hermano, chau.
Colgó el tubo del teléfono y lo primero que pensó fue en
aquellos que lo habían perseguido ¿serían los de toxicomanía? Inmediatamente se
vistió, tomó su bolso y sus armas para dirigirse a la Terminal de Ómnibus,
subió al Etacer y viajó a Santa Fe. La premisa era, ante el peligro inminente,
poner tierra de por medio y luego preguntar qué había sucedido.
Llegó a la casa de su amigo Juan Lucas, le contó lo que
estaba pasando y le pidió amparo; éste lo tranquilizó diciéndole que allí nadie
lo iba a encontrar y que apelaría a sus contactos para averiguar cuál era la
situación. A la noche regresó Juan Lucas para contarle:
-Bueno, detuvieron a Patricia con marihuana, luego a
Gabrielita, a Bochi, Tico, a la
Turca y a quince más, a vos no te encuentran, te buscaron en
tu trabajo y en la casa de tus padres. Están acusados de tenencia y tráfico de
drogas, además de corrupción de menores.
-¿Corrupción de menores? ¿Qué menores?
-Gabrielita, querido, Gabrielita es menor de edad.
-¡A la mierda! Es cierto, tiene dieciseis.
-¿Qué pensás hacer?
-Hablar con mi jefe y poner un abogado como primeras
medidas. Inmediatamente habló con el jefe a quién le explicó lo sucedido y éste
luego de insultarlo en todos los idiomas, pero eso sí, en voz baja, le
consiguió un abogado prestigioso y lo acompañó hasta la División Toxicomanía.
Allí Javier se negó a prestar su declaración indagatoria y quedó detenido e
incomunicado. Inmediatamente fue trasladado a la comisaría segunda donde lo
alojaron en un calabozo en compañía de un narcotraficante. Una mañana muy
temprano fue llevado al Juzgado Federal, allí lo encerraron en una jaula para
presos para luego ser conducido a una
oficina donde le informaron que estaba provisoriamente sobreseído en la causa
judicial por la tenencia y tráfico de drogas. En realidad jamás había tenido
nada que ver con aquel asunto. Al décimo día de detención, muy tarde fue
conducido a Palacio de los Tribunales, ante el Juez de Instrucción de turno,
donde le recibieron su declaración indagatoria, acusado del delito de corrupción
de menores. En el despacho estaban el Juez y Javier ó Pablo, nadie más; el
magistrado se mostraba muy interesado por conocer los detalles de las escenas
sexuales que habían mantenido Patricia, Gabrielita y Javier en el chalet de la
costanera. Cuando la actuación judicial concluyó con la firma del acusado, éste
dirigiéndose al juez le dijo:
-Doctor, esto es una pavada, concédanos la libertad.
Su señoría, un hombre de unos
cincuenta años, de voz gruesa, hablar ceremonioso, finos modales y bronceado
caribeño preguntó:
-Rotter ¿qué posibilidades tendría usted de conseguirme una
cita con la señorita Patricia?
Asombrado, pero no lento para
reaccionar Javier dijo:
-Sólo permítame hablar con ella doctor.
-En esa oficina que está detrás suyo, están las chicas, vaya
Rotter, vaya.
Javier entró en la oficina y
allí encontró a Gabrielita y Patricia quienes lo abrazaron y besaron entre
llantos; las habían enviado a la cárcel de mujeres, un lugar espantoso. El
varón rápidamente les contó:
-Mirá Patricia, este viejo quiere salir con vos, si aceptás
salimos en libertad ahora mismo ¿Qué le digo?
-Que lo espero mañana a las seis de la tarde en el bar de la
esquina del tribunal.
-Bien, ya vuelvo.
Ingresó nuevamente a la
oficina del Juez de Instrucción para decirle:
-Doctor, mañana a las seis en el bar de la esquina.
-Bien Rotter, ahora les van a sacar unas fotos en la Jefatura para
identificarlos y luego se van en libertad, los tres.
-Gracias doctor, le voy a avisar a las chicas.
Regresó a la habitación contigua, les comunicó la buena
nueva a sus amigas y los tres se abrazaron y rieron.
A los pocos días todos fueron liberados, pero dejaron de
concurrir a los lugares que habitualmente iban a bailar y el grupo se dispersó.
Javier había perdido su estado policial, la división de asuntos judiciales le
había quitado la credencial, las armas y lo habían mandado a la casa hasta que
la situación se resolviera y eso demoraría muchos meses. El sabía que no
tendría regreso a la fuerza policial ya que internamente la policía lo acusaba
de frecuentar personas de dudosa
moralidad y eso era motivo suficiente par una inevitable cesantía.
Para evitar que sus compañeros de la organización
guerrillera se asustaran por su
ausencia y adoptaran medidas de seguridad como la evacuación de la casa de Río
de Janeiro y otras; mientras estuvo en el chalet de Juan Lucas había llamado a
Emilse para contarle brevemente el problema. Quince días después ambos se encontraron en el bar de la esquina de la
universidad, sobre el boulevard. Él la esperaba sentado en una silla de las que
rodeaban la mesa más escondida del local junto a una pared, al final de la
barra y al lado de la puerta del baño. Cuando ella llegó, él se levantó con la
intención de besarla en la mejilla pero ella apretó fuertemente con sus manos
las de él y lo besó en los labios, visiblemente emocionada. Javier le relató la
experiencia vivida y Emilse, Sara ó la
santa (fesina) le dijo que habían
recibido la orden de contactarse con otras unidades básicas de combate para
ejecutar una operación nacional. La
tarea consistía en citas en la vía
pública reconociéndose los terroristas mediante contraseñas.
La primera cita se había establecido para las cuatro de la
tarde en la plaza España, en el banco que daba la espalda al bar Tokio. Javier llevaría una lapicera de
color negra en la mano derecha y el soldado montonero que lo contactaría una
caja de zapatos envuelta en papel celeste. Llegó al lugar cinco minutos antes (luego ampliaría ese
margen) y se sentó en el banco de madera debajo de un gigantesco gomero.
Esperaba a su contacto con la birome en la mano derecha cuando en el otro
extremo del banco se sentó una hermosa joven de unos veintitrés o veinticuatro
años, rubia de ojos claros y cabello corto. Traía una bolsa de plástico; él
pensó que la inoportuna niña estropearía la cita clandestina y ya se disponía a
levantarse cuando ella sacó de la bolsa una caja del tamaño de las de zapatos
forrada en papel afiche celeste. Lo miró a los ojos y le dijo:
-¿Cuándo y dónde es la reunión?
-El 28 a
las veinte en Ecuador 3651.
-Bien, nos vemos allá, chau.
-Chau, saludó Javier.
La cita siguiente la cumpliría Emilse a las diez de la
mañana en la esquina de 9 de Julio y Junín, en la parada de colectivos. Su
marca consistía en llevar en la mano izquierda una carpeta roja y un paquete de
cigarrillos Jockey Club, la de su contacto una revista Gente. Javier no tenía
porqué participar; pero ese día se despertó a las seis de la mañana en la casa
de Río de Janeiro con la intuición que algo malo iba a suceder. Resolvió
dirigirse al lugar en que Emilse debía concertar su cita media hora antes, para
chequear la zona. Entró al área de riesgo caminando desde la calle 1º de Mayo,
pasó por la escuela Industrial Superior y siguió por Junín pasando 9 de Julio,
nada raro. Giró en San Jerónimo hasta Suipacha y desde allí regresó a 9 de
Julio para comenzar a caminar hasta la esquina de la cita donde Emilse
esperaría su contacto. Para pasar desapercibido llevaba varias bolsas de
supermercado, como si estuviera haciendo las compras para el almuerzo y
caminaba al ritmo en que lo hacen los transeúntes a esa hora, un andar bastante
apurado. De pronto los vió, un hombre en la parada del colectivo miraba
ilógicamente en dirección contraria a la circulación del tránsito, un Ford Falcon
gris con dos hombres en su interior avanzaba por 9 de Julio más lentamente que
el resto de los coches y un albañil picaba ladrillos en la vereda con absurdas manos de pianista. Esos detalles
solo un hombre de la inteligencia podía advertirlos. Al percibir la trampa
sintió la adrenalina fluir, el miedo que paraliza, el sudor frío; no estaba
armado y el cerco no era para él, pero era para su amada, cuando vio a Emilse
cruzar ingenuamente calle Junín para encontrarse con su contacto en la parada
de ómnibus, el corazón pareció ametrallarle el pecho. Se apuró y antes que ella llegara al sitio de la parada de
micros, se detuvo frente a ella levantó sus brazos y le gritó:
-¡Coca! ¡Qué decís! ¿Como te va prima?
Ella se sorprendió al verlo allí, sin entender lo que
sucedía pero segura de que se trataba de algo malo quedó paralizada
boquiabierta, sin reaccionar, ni siquiera pudo hablar. Javier con gran
ampulosidad, dejó sus bolsas en el piso, la abrazó y cuando simuló besarla le
dijo al oído
-¡Es una trampa!
Con gestos aparatosos, señaló la dirección contraria al
lugar que ella se dirigía y hacia allá se la llevó abrazada y conversándola a
los gritos preguntándole por el tío Pepe.
La cita estaba envenenada, seguramente la persona que debía encontrase con Emilse
había sido capturada por el enemigo y éste o ésta habían cantado la cita. Muy asustados ascendieron a un ómnibus de la línea
cinco, al sentarse en un asiento doble, él comprobó que ella, presa del pánico
se había orinado los pantalones. Como buen caballero se quitó la campera y se
la anudó en la cintura tratando de impedir que la mancha húmeda se vea.
Entonces ella apoyó su cabeza sobre el hombro de Javier, puso su mano sobre el
pecho de él y lloró.
A Javier le correspondía asistir a la próxima cita dos días
después en la plaza Alberdi, su contacto, una persona con maletín marrón y en él
adherida una calcomanía roja y negra.
Pepita era morocha, petisa y menudita, de cabello corto
negro y duro, usaba zapatos con taquitos para elevar su estatura, pantalón de
vestir, pulóver y campera de cuero; en la organización ostentaba el grado de
aspirante. La inteligencia no era su virtud, la sustituía con su audacia,
convivía con Pipi, Oficial Montonero del Frente Sindical con quién compartía
una casita alquilada en el barrio Candioti de Santa Fe. Los dos pertenecían a
una Unidad Básica de Combate pero en la superficie decían militar, ella en la Juventud Universitaria
Peronista y él en la Juventud Trabajadora
Peronista. Desde un tiempo atrás alojaban en su casa por imposición de la orga a uno de sus combatientes
escapado de Buenos Aires. De allí debió huir al haber muerto su esposa en un
enfrentamiento con el ejército, por esa razón su responsable zonal lo había
enviado a Santa Fe, su nombre de guerra era Esteban y su grado Miliciano.
Una lacónica caravana de tres coches transitaba lentamente
por la Avenida Boulevar
Gálvez a la altura del Sanatorio Rivadavia en dirección al Oeste. En el primer
auto un Torino color gris viajaban tres hombres de rostros severos. Los que ocupaban
el asiento del conductor y del acompañante en el piso del coche, entre sus pies
traían armas largas, dos M 16 Americanos. Al asiento trasero lo ocupaba un
hombre desarmado, era el buche, un
Montonero que para salvar su vida ahora era colaboracionista de la inteligencia
militar, vil tarea de marcar a sus ex compañeros en la calle. Los
otros dos coches, un Ford Falcon celeste y un Renault 12 marrón transportaban
seis hombres también fuertemente armados que se comunicaban con el primer auto
con Wakies Talkies, ocultaban su identidad con anteojos oscuros, pelucas,
bigotes y barbas postizas que les imprimían un aspecto simultáneamente
siniestro y ridículo. El buche
observaba con atención a través de la ventanilla trasera del Torino semioculto
recostado en el asiento. Cuando estaban por llegar a la calle Güemes gritó:
-¡Esa! –Y señaló una joven que esperaba el colectivo en la
esquina, era la morocha Pepita. El hombre del asiento del acompañante alertó a
los otros móviles por radio:
-La mina que está sola en la parada del micro ¡Vamos! Cuando
Pepita quiso escapar se dio cuenta que ya era tarde para intentarlo, miró a su
derecha y vio un coche que le impedía correr para ese lado, miró a su izquierda
y comprobó lo mismo. Cuando los tres hombres del segundo coche de la caravana
descendieron para atraparla comenzó a gritar:
-¡Vecinos! ¡Vecinos! ¡Soy Ester Gómez! ¡Me secuestran!
Rápidamente la subieron a un auto a las trompadas.
Al rato y sin transpirar los militares obtuvieron de Pepita
lo que necesitaban, un domicilio. Allí se dirigieron apoyados por una camioneta
Ford F 100 con ocho soldados conscriptos y un Oficial a cargo, todos armados
con fusiles FAL.
Enterarse que alguien la había traicionado, que el enemigo
conocía mucho sobre ella, la frustración de no haber podido empuñar la pistola
que llevaba en su cartera, dos cachetadas y el amague de una tercera
convencieron a Pepita que debía proporcionar a sus captores la dirección de la
casa de la organización que ella habitaba junto a Pipi y Esteban. Reforzaban su
decisión el caño de la pistola que se apoyaba en su nuca y la certeza que Pipi,
su pareja, estaba lejos de la casa. Las fuerzas del Ejército Argentino rodearon
la vivienda y las casas vecinas, con un megáfono intimaron a los ocupantes de
la casa de calle Castellanos a salir con los brazos en alto. Así salió
rápidamente Esteban, el escapado de Buenos Aires, un gordito de cabello
ondulado castaño oscuro, de labios gruesos, barba de tres días y aspecto
bastante sucio.
En el cuartel los hombres de la inteligencia se disponían a
interrogarlo, por las buenas ó por las malas y nadie nunca había soportado las
malas, cuando Esteban encapuchado y esposado a la espalda preguntó a sus
captores:
-¿No tendrían un pedazo de pan?
Los servilletas se miraron desconcertados y sonrientes, de pronto uno
de ellos le dijo:
-¿Tenés hambre?
-Sí, hace dos días que no como –afirmó Esteban –Estos hijos
de puta de Pepita y Pipi gastaban el dinero de la orga para comprar revistas de oligarcas y burgueses como Gente y
Siete Días y a mí me daban para comer arroz hervido.
-Bueno, vamos a hacer una cosa –Dijo un flaco narigón
–Nosotros te damos de comer y te tratamos bien y vos nos contás todo lo que queremos saber
¿Estamos?
-Sí señor, entiendo cual es mi situación y no quiero que me
torturen.
Le prepararon un sándwich de milanesa enorme, aderezado con
mayonesa, instrumentos de tortura altamente eficaces a la hora de interrogar
glotones. No había terminado de engullir el sándwich y ya les había dado el
lugar y la hora para encontrar a Pipi. Era el mediodía en la plaza Alberdi,
conocían el perfil y la señal, complexión mediana, estatura también mediana,
sin bigote ni barba, cabello lacio corto, treinta años y maletín marrón con
calcomanía roja y negra. Siempre llevaba una pequeña pistola calibre 7,65
escondida un poco más arriba del tobillo izquierdo, Esteban no había dejado
detalles sin mencionar. Javier, conociendo el modo de operar de los verdes siempre aparecía media hora
antes por el lugar de las citas, observaba el terreno, se retiraba y regresaba
diez minutos después de la hora establecida para los encuentros. Cuando Pipi
apareció en la plaza, Javier no había regresado de la primera incursión, era la
hora doce. Los agentes secretos se habían mimetizado entre la masa de peatones
que en ese horario pululaban la plaza, empleados de comercio, jubilados,
escolares, algunas prostitutas diurnas y vendedores ambulantes. Un vendedor de
pochoclo y un hombre alto y fornido vestido con uniforme de cartero del correo
argentino se acercaron a Pipi por detrás, el cartero lo abrazó apretándole los
brazos con gran fuerza y de tal manera que sus pies quedaron suspendidos en el
aire. El vendedor de pochoclo se paró frente a él y previo puñetazo en el
estómago le quitó la pistola que escondía bajo su pantalón. El Oficial montonero
fue arrastrado, pateado y sometido a una
lluvia de golpes para ser introducido finalmente en el auto de los agentes
secretos y acostados en el piso de la parte trasera esposado con las manos en
la espalda y encapuchado. Cuando habían recorrido tres cuadras un olor fétido
inundó el interior del coche causando la ira de los agentes secretos que
insultaban a Pipi por no haber controlado su esfínter.
Cuando Javier llegó a la plaza, diez minutos después de las
doce disimuló su presencia confundiéndose entre un grupo de personas que
esperaban el micro en la parada sobre calle Rivadavia. Al no visualizar a su
contacto, supo que algo andaba mal, ascendió al ómnibus de la línea nueve y
desapareció.
A pesar de las caídas los grupos contactados se reunieron en
la casa operativa de la calle Ecuador, sede del servicio de documentación del
clandestino ejército montonero, allí estaban los cuatro equipos, incluidos
Ramiro, Emilse y Javier. Las anfitrionas eran Patricia, joven como casi todos
ellos, de origen burgués, cuya familia habitaba en el residencial barrio
Guadalupe, tenía la belleza que otorga la juventud y Susana con quién vivía en
ese departamento, al final de un pasillo, una rubia histérica oriunda de la
ciudad de Esperanza, decían trabajar de enfermeras, hasta colocaban algunas
inyecciones a los ancianos vecinos. La obsesión de la rubia era de qué manera
romper el cerco si intentaban detenerla, la paranoia la había atrapado antes
que los militares, llevaba siempre en su cartera una pistola y granadas. Los
asistentes se ubicaron en el comedor, bastante apretados, algunos sentados en
sillas, otros en el suelo y otros en pié. Para exponer el plan de la operación
nacional para la que habían sido congregados se plantó ante ellos un misterioso
hombre alto, grandote, de voz muy gruesa elegantemente vestido de traje y
corbata que se presentó como el Oficial Superior Marcelo que así habló:
-Compañeros y soldados del ejército montonero, la conducción
nacional, cumpliendo los planes tácticos establecidos ha decidido ejecutar una opereta a la que hemos denominado Moisés. Esta consiste en un atentado con explosivos para destruir
completamente el túnel subfluvial Hernandarias que une, como ustedes saben, las
ciudades Paraná y Santa Fe por debajo del río Paraná. El plan se ha dividido en
seis etapas: Obtención de los elementos necesarios, relevamientos, en esta
etapa contaremos con la ventaja que unos de nuestros soldados viaja de Lunes a
Viernes desde Paraná hacia Santa Fe (Javier entendió que se refería a él),
contención y distribución, ejecución, repliegue de las tropas y evacuación y
por último control y evaluación de los resultados. Nuestras tareas previas
serán alquilar un galpón cerrado, en él guardaremos los elementos, prepararemos
un camión del tipo Ford 350, que hay que expropiar
y camuflar con el logotipo de la empresa Dirección Provincial de la Energía (DEPE), además le
fabricaremos un cerramiento de lona. Este camión llevará en la caja seis
tanques para agua de fibrocemento, que hay que comprar en un negocio de venta
de materiales de construcción aduciendo que son para un barrio que se está
construyendo. Dentro de esos tanques colocaremos dos toneladas de amonita y
estarán unidos por un cordón de pentrita de 6 milímetros para que
exploten simultáneamente. A esto le agregaremos dos tambores de doscientos
litros de nafta súper con gasoil para propagar el incendio posterior y darle
espectacularidad al atentado ya que por las entradas del túnel saldría una
gigantesca bola de fuego y humo a la vez que una inmensa masa de agua lo
estaría inundando rápidamente. Por supuesto a la acción la vamos a filmar para
mostrarla en Europa, demostrar nuestra capacidad de ataque y poner en evidencia
la debilidad de la dictadura. Ahora veamos algunos detalles de la opereta; el
túnel está enclavado a dos metros por debajo del lecho del río Paraná y así lo
construyeron para que legalmente pertenezca a la jurisdicción de ambas
provincias, sí hubiera sido construido sobre el lecho del río, es decir apoyado
en él, la legislación determinaría que se trata de una obra pública nacional.
Con respecto al camión, este estará provisto de una tolva para direccionar la
explosión y para construir dicha tolva recurriremos a una empresa metalúrgica
de la organización que la fabricará utilizando chapa cilíndrica de media
pulgada. No me voy a extender más en los detalles técnicos porque ustedes deben
conocer sólo lo estrictamente necesario.
Las acciones se llevarían a cabo de la siguiente manera: Se efectuarían
mientras Argentina este disputando el primer tiempo de su partido de fútbol
frente a Perú, el día 22 de Junio debido a que todo el país estará mirando el
partido y además será de noche, el tránsito por el túnel será escaso.
Esta circunstancia también provocará que los controles
policiales estén distraídos observando si Argentina clasifica o no, sabemos que
en Santa Fe habrá pocos policías ya que muchos serán trasladados a Rosario para
garantizar la seguridad del estadio de Rosario Central. Realizaremos maniobras
de distracciones en Paraná y en Santa Fe y coparemos los puestos policiales de
ambos accesos al túnel. El camión será conducido por un soldado que lo
estacionará exactamente en medio del
túnel, este accionará allí el dispositivo de relojería y será recogido por otro
compañero que conduciendo una motocicleta de alta cilindrada lo sacará del
túnel. En el puente sobre el río Colastiné atravesaremos un camión simulando un
accidente para impedir el tránsito. Del lado de Paraná, donde el camino de
ingreso al túnel hace un rulo, arrojaremos clavos miguelitos y colocaremos
trampas explosivas con idéntico propósito. La explosión provocará que las
provincias de Entre Ríos, Corrientes y Misiones queden sin telefonía, no
obstante la policía podrá operar por radio. La retirada de nuestras tropas se
efectuará en cuatro coches y la moto hasta un lugar en la costa paranaense y
desde allí seran llevados en lanchas hasta un punto muy lejano donde se
dispersarán. El armamento que se utilizará consistirá en pistolas con dos
cargadores de repuesto para cada combatiente, granadas SFM4, fusiles FAL
provistos de tromblones con granada de fragmentación de 40 milímetros de
largo alcance SFM- G 40 DP. Nuestros soldados vestirán el uniforme del ejército
montonero y los oficiales las insignias que los identifiquen. Por ahora es todo
lo que deben saber, progresivamente se les impartirán órdenes para completar
todas las etapas. ¿Alguno de ustedes quiere formular una pregunta? – finalizó
el monólogo de la planificación el Oficial Superior.
-Sí- dijo uno de los presentes -¿Si aparecen tropas enemigas
en alguno de los accesos al túnel?
-Si aparece el enemigo los equipos de contención presentarán
combate, para eso llevarán suficiente armamento-
-Contestó el disertante.
-Bien, una pregunta más ¿en qué lugar nos colocaremos los
uniformes?- agregó el mismo hombre.
-Lo llevarán puesto debajo de las ropas de civiles que se
quitarán en el momento de comenzar las acciones.
-Bueno, si no hay más preguntas, finaliza la reunión, ya
conocen las medidas de seguridad, para retirarse de esta casa deben hacerlo de
a dos compañeros y con una frecuencia de 10 minutos.
Luego de aquella reunión en
la casa de la calle Ecuador, Javier, asustado y muy preocupado razonaba en la
soledad de su habitación del hotel: Las cosas habían llegado demasiado lejos,
un atentado de aquella envergadura acarrearía consecuencias devastadoras,
sobrevendría una persecución represiva implacable por la que muchos de los
participantes del atentado morirían, sino todos. Él podría salvarse alejándose
a tiempo, pero desesperaba por Emilse, debía hacer algo, algo como apartarla de
la orga, pero eso significaba otro riesgo seguro, los montoneros la condenarían
a muerte por desertora y peligrosa por la información que conocía. Pero… sí,
estaba decidido, ambos iban a salvarse, como, con qué medios y cuando eran las
cuerdas del nudo gordiano que debía desatar; libraba una batalla contra el
tiempo y su Ganímedes era como persuadir a Emilse.
Encendió un cigarrillo, destapó una cerveza negra y se sentó
en la cama apoyando su espalda en la almohada, en el televisor proyectaban un
film de la segunda guerra mundial; los maquis los buenos, combatían contra los
malos, de la gestapo. Intentó imaginar como serían las películas invirtiendo
los roles de buenos y malos, pues así se verían si los alemanes hubiesen ganado
la guerra. Indudablemente al imaginario colectivo lo fabricaban los ganadores y
el público sólo compra lo que ve, lo que le ofrecen. Reflexionó que muchos en
ese momento, como él, eran testimonios y algunos protagonistas, de la guerra
fría, la continuación de la segunda guerra mundial, para algunos la tercera
guerra mundial. Se preguntaba, cuando concluyera ¿Qué rol le tocaría en los
guiones de las películas?
Esos pensamientos lo llevaron a recordar aquel insólito
episodio cuya fecha no podía olvidar por la casual y curiosa cadena de números
siete; se había producido un día siete, del mes siete del año setenta y siete.
Pero más lo recordaría por la asombrosa comprobación que lo sumergió
estupefacto en el túnel del tiempo y en las páginas más dolorosas de la
historia de la humanidad. Había llegado a la terminal de ómnibus de Santa Fe para regresar a Paraná una madrugada
lluviosa, estaba extenuado y ello acentuaba el frío. Caminaba con su bolso a
cuestas por el acceso Norte junto a las plataformas donde estacionaban los
ómnibus de larga distancia. La lluvia lo salpicaba, rebotaba en el piso con
violencia y bailando la danza que proponía el viento le mojaba las zapatillas y
los pantalones. La estación descansaba casi desierta cuando arribó el coche de
la empresa La Internacional que, proveniente de Buenos Aires,
transitaba las rutas argentinas con destino a la ciudad de Asunción, en
Paraguay. Un grupo de adormilados y endurecidos pasajeros descendían y entre
ellos uno que le llamó la atención porque caminaba con gran dificultad,
rengueando, era un hombre de unos setenta años o más tal vez, que se protegía
de la lluvia sosteniendo un portafolio sobre su cabeza.
El rengo, Javier y el grupo de pasajeros que hacían escala
en la ciudad cordial para estirar las piernas, beber algo caliente y utilizar
los sanitarios, entraron presurosos al bar de la estación. Javier se desparramó
en una silla de la mesa junto a la ventana y solicitó al mozo un café mediano
bien caliente, desde allí podía ver el amplio vestíbulo adornado con plantas y
un cuadro muy grande que representaba la fundación de Santa Fe de la Vera Cruz. El hombre rengo ocupó una mesa junto a
él, en soledad, cuando el mozo se acercó le pidió té negro con medias lunas en
un notable acento alemán. Mientras esperaba el pedido parsimoniosamente abrió
el maletín y sacó un libro que apoyó en
la mesa, su título, indescifrable para Javier, estaba impreso en idioma alemán.
El joven oficial de la inteligencia federal observó con curiosidad y
detenimiento al hombre, su rostro le resultaba familiar pero no recordaba de
donde, no, no era posible.
Cuando varios minutos se
habían consumido implacablemente, giró la cabeza, apoyó su cara en el puño y el
brazo en la mesa para mirar al anciano casi irrespetuosamente otra vez.
Examinaba ese cráneo calvo justo hasta la mitad, el cabello oscuro, mal teñido
y desprolijamente crecido y salpicado se canas en las patillas, la nariz recta,
los bigotes oscuros sospechados de tintura y las dos arrugas que surcándole la
cara nacían en la nariz y morían en los labios. Memoria e intuición amalgamadas
encendieron una luz roja en el cerebro de Javier que le confirmaba que esa cara
era conocida, pero, ¿adonde la había visto? El sujeto mojaba las medialunas en
el té y las engullía ávidamente mientras ojeaba el libro sin importarle lo que
sucedía alrededor. En un momento dado llamó al mozo, abonó lo consumido y le
solicitó que cuidara sus cosas que quedaban sobre la mesa mientras iba al
toilette; salió de allí caminando despacio atormentado por la renguera atroz
que atentaba contra su estabilidad.
Cuando apareció otra vez en
el bar, los choferes de La Internacional seguidos por los pasajeros se disponían
a continuar el viaje. El misterioso mortal abrió su portafolio, introdujo el
libro, tomó el sobretodo que había colgado en la silla, lo dobló prolijamente
sobre su brazo izquierdo y marchó balanceándose como un pato hacia la
plataforma donde el micro calentaba el motor. El enorme ómnibus que emergía
fantasmal desde la oscuridad de la noche desierta, entre la lluvia helada, el
viento enloquecido y el humo del escape, hizo dos lentas maniobras y partió
rumbo a Asunción. El enigma de aquella madrugada desapacible fue rápidamente
olvidado por Javier.
Había pasado algo más de un
mes cuando en un kiosco de revistas, llamó su atención el gran titular de un
diario de Buenos Aires, se detuvo a leerlo: Encontraron
muerto en paraguay al carnicero de Riga, debajo desarrollaba la noticia: El ex capitán y jefe de la SS Eduard Roschmann
responsable de la muerte de decenas de miles de judíos durante la segunda
guerra mundial, cuya captura se solicitaba falleció victima de un infarto a los
sesenta y nueve años en un hospital. Había ingresado al país, proveniente de
Argentina con documentos a nombre de Federico Wegener, sólo poseía un maletín,
una valija y un libro en alemán, confirmaban su identidad además de sus huellas
dactilares el detalle de faltarle cinco dedos de los pies. No continuó leyendo el texto de la noticia,
observó la fotografía del cadáver que yacía acostado sobre una mesa de la morgue
paraguaya. Asombrado comprendió todo, lo había visto dos veces, la primera en
el álbum de personas cuya captura era requerida internacionalmente, en el
servicio de inteligencia federal… y la segunda aquella noche fría y lluviosa en
la terminal de ómnibus de Santa Fe, había conocido personalmente al carnicero de Riga.
Las tareas preliminares para llevar a cabo la operación Moisés se realizaban en forma compartimentada, cada uno hacía y era responsable de
lo que se le había ordenado. El galpón se había alquilado a una inmobiliaria
con documentos falsificados, en su interior se acondicionaba un camión expropiado en la ciudad de Santo Tomé, bajo la
supervisión de un ingeniero de la orga, que ingenieros tenía de sobra. Los
explosivos llegaron disimulados en bolsas de cemento, las armas dentro de un
ropero y los uniformes y los equipos de comunicación en cajas de cartón.
Javier era el encargado de
estudiar el objetivo en sus mínimos detalles, los controles policiales
camineros en el trayecto de aproximación, ataque y retirada, establecer cuantos
policías habría el día y a la hora que se dinamitaría el túnel, armamento que
poseían y cantidad de patrulleros. Tenía que confeccionar un plano con la
ubicación de las cámaras del circuito cerrado de televisión con que se
monitoreaba el titánico ducto y cronometrar los tiempos que demorarían los
coches atacantes. Cumplía las órdenes de los terroristas para tener informes
parciales que exhibir si se los pedían,
aunque había decidido no entregar nunca la planificación completa, antes
actuaría, necesitaba tiempo.
Mientras
tanto volvió a reunirse con las chicas y los muchachos del boliche La Belle Époque, en un bar de
la calle principal de Paraná, siempre de noche. Patricia, Gabrielita y Lali
estaban obsesionadas con que los agentes de toxicomanía las vigilaban y cuando
estaban drogadas peor. La turca no, a ella no le importaba nada. Las muchachas
bebían, charlaban y reían, deliberadamente exhibían la belleza de sus años
jóvenes con faldas demasiado cortas y generosos escotes que no pasaban
desapercibidos para la clientela masculina del lugar. Pero los pensamientos no dejaban de atormentar a
Javier, su situación era peligrosa al extremo: un policía haciendo de montonero
contra muchos montoneros haciendo de
policías. Había quedado envuelto en una telaraña a la que lo había conducido
una joven que creía en la épica revolucionaria. ¿Todo era un engaño, una trampa
para engancharlo en la orga en la que había caído como un novato?
¿Ella se había acostado con él sólo para captarlo? No, él había sentido la
química que entre ellos fluía y de mujeres sabía mucho, seguramente Emilse era
una guerrillera enamorada, el problema era que él también estaba enamorado de
ella .Javier sonreía cuando recordaba que el código de justicia revolucionaria
de los montoneros penaba las infidelidades.
Una siesta soleada, él la invitó a
caminar por el parque General Belgrano, en el barrio Sur de Santa Fe, allí yace
un lago enmarcado por un terraplén que lo separa del río y por una arboleda
majestuosa en la otra orilla. Recorrerlo significaba apreciar los regalos que
el trayecto obsequia: el aire puro, el anfiteatro, los silos, gigantes
custodios del puerto, el club náutico El
Quilla, las construcciones de la
época colonial como el convento de San Francisco, los dos museos y junto al
colegio de la
Inmaculada Concepción la iglesia Nuestra Señora de los
Milagros, única edificación que trescientos años atrás alojó a la orden de la
compañía de Jesús. Allí se venera el cuadro de
la pura y limpia concepción que en el año 1636 manaba agua en abundancia, un milagro.
Caminaban
aparentemente distraídos, pero sin dejar de mirar de reojo a los automóviles,
paranoia refleja del temor permanente al secuestro, a la caída en manos del
enemigo, a la prisión, a la tortura y a la muerte.
-Emilse, en las revoluciones
y en las guerras civiles llega un momento
en que las personas se dan cuenta que han roto de manera irreversible con la vida que llevaban.
Hay decisiones y acontecimientos extremos después de los cuales no se puede volver atrás.- afirmó
Javier-.
-¿Esto que significa? ¿Otra
vez me vas a pedir que me abra? Dijo ella sin increparlo, sino con una dulce
resignación.
- La situación está muy
peligrosa, la orga pierde de diez a doce compañeros por día, solo quiero que lo
pienses nada más.
- Si el planteo es continuar
la guerra revolucionaria también es el mío, si consiste en abandonarla me
decepcionarías porque vos sos el modelo
de hombre con el que siempre he soñado, no te imagino cobarde.
- Cuando querés sos muy dura vos… tendré muchos defectos, pero
ese no y vos sos mi mejor testigo, pero tampoco soy boludo y se que no podemos
luchar contra semejantes poderes sin otras armas que nuestros sueños.
-
El Che no pensaba lo mismo.
- El Che, señorita, no fue
ningún idealista, así como asesinó al campesino Eutimio Guerra porque
sospechaba que era un traidor, fusiló cerca de mil prisioneros de guerra en la
fortaleza La Cabaña en
Cuba, mi amor no compres la novela romántica porque ningún idealista se queda
con la vida de otro. El verdadero revolucionario es el que logra mover las
pesadas estructuras de la sociedad hasta lograr su transformación profunda;
pero si fracasa fortalece el sistema que pretende cambiar y se convierte en
reaccionario.
- Nuestro ejército vencerá
Javier.
-¡Boluda! ¡En la escuela de
mecánica de la armada hay como cien traidores de la inteligencia montonera que
desde el año pasado trabajan para el proyecto político de Massera!
-¿Y vos cómo lo sabes?
- Menos vos, lo sabe todo el
mundo- dijo fastidiado y cerrando el diálogo.
A cuarenta kilómetros de allí
la aspirante montonera Susana se despidió de sus padres cariñosamente como
siempre lo hacía, pensando que tal vez podía ser la última vez que los vería.
Caminó las dos cuadras hasta la estación terminal de ómnibus de Esperanza,
esperó unos minutos sentada en el banco junto a la dársena hasta el arribo del
coche de la empresa NECE. Era la hora once de aquel día de cielo despejado
cuando el ómnibus llegó al cruce de las rutas setenta y once. Al pasar por el
control de la policía caminera miró a través de la ventanilla y detectó un
automóvil que seguía al colectivo. Su paranoia, lo que siempre había temido
estaba allí, el enemigo se disponía a atraparla; sus pulsaciones se aceleraron,
la adrenalina fluía presurosa, los pensamientos eran un revoltijo. ¿Había
llegado el momento de morir? Antes mataría a todos los que pudiera. ¿Había sido
feliz? Le hubiera gustado tener un esposo, hijos también, por supuesto. ¿Cómo
hubieran sido sus hijos? ¿Quiénes la recordarían con el paso del tiempo? ¿Cómo
la juzgarían sus padres? Seguramente la perdonarían. ¿Y su hermano mayor? Ese
no. Pero ahora debería dejar de pensar en esas cosas y ordenarle a la mente
concentrarse en recordar las técnicas que aprendió de aquel instructor cubano,
que no estaba tan mal. Meter la mano en el bolso, sacar la chaveta de la
granada, montar la pistola, improvisar una ruta de escape, visualizar el
enemigo y atacarlo primero. Cuando el transporte interurbano llegó a la esquina
de Suipacha y 25 de Mayo en Santa Fe, antes que arribe a la terminal de ómnibus
descendió y rápidamente ascendió a un micro de la línea tres, debía moverse. Se
sentó en uno de los asientos del fondo, al cabo de una cuadra se dio vuelta
para mirar, el Falcón ahora perseguía al micro; indudablemente ella era el
blanco, la presa que huía asustada.
El colectivo color rojo
transitaba el microcentro de la ciudad
de Santa Fe cuando desde el Falcón partió
una orden:
-Jorge,
adelántate dos cuadras, bájalos a Tito y a José para que suban al coche como si
fueran pasajeros y esperen hasta que llegue al barrio centenario, ahí la
bajamos.
En la esquina de Lisandro de la Torre y 25 de Mayo los dos
hombres de la inteligencia militar vestidos de civil hicieron señas al
colectivo. Este se detuvo y subió Tito, José quedó parado en la escalerilla.
Tito era novato, jamás había participado en acciones de esta naturaleza, sólo
había escuchado relatos que lo entusiasmaron para solicitar su ingreso al grupo
especial. No tuvo mejor idea que desoír la orden y actuar por iniciativa propia
o tal vez de la orden impartida solo escuchó subir al colectivo.
-¡Pare
el coche!- ordenó al chofer mientras blandía la 45 en la mano.
El chofer quedó paralizado,
Susana ya tenía en su mano izquierda la granada SFM 4 sin la anilla de
seguridad y la palanca apretada. Sin levantarse del asiento con su mano derecha
apuntó la pistola Brownning a la cabeza del Sargento del ejército Argentino y disparó.
La explosión del balazo dentro del micro fue de tal magnitud que sonó como si
un rayo hubiera impactado al colectivo. Tito voló de espaldas con un agujero sanguinolento en la frente arrastrando
consigo a José, ambos cayeron en la vereda. El chofer, preso del pánico se
levantó de su asiento intentando bajar del coche para escapar, Susana lo mató
en el acto con un disparo en la espalda, la gritería era total. Ella caminó
rápidamente por el pasillo del coche mientras observaba a través de las ventanillas
tratando de encontrar la posición de sus atacantes. Pasó por encima del cadáver
del colectivero luego por encima del de Tito que yacía en la vereda; José había
huido despavorido, no era tan valiente cuando eran otros los que tiraban. La
guerrillera arrojó la granada sobre el capot del Falcon y la explosión desarmó el automóvil destruyendo también la
parte trasera del micro. Los ocupantes del auto alcanzaron a escapar dos segundos antes de que la
granada estallara. Ella cruzó la calle corriendo y disparando su pistola a
derecha e izquierda. La batahola hizo que el portero del garage oficial de la
gobernación vestido con un mameluco azul se topara con la guerrillera, quién
creyendo ver un uniforme policial lo mató. Estaba logrando romper el cerco
correr, correr ¿Cuánto faltaba? Cinco o seis segundos de esa alocada carrera
para llegar a la esquina, doblar y salvar la vida cuando sintió un golpe en la
nuca, su cabeza se inclinó involuntariamente hacia adelante; vio sus piernas
moverse como las de una marioneta, eran cómicas. Las baldosas grises de la
vereda se acercaban en cámara lenta hacia su cara hasta pegarse a ella,
entonces pensó: ¿Quién pinta las baldosas de carmesí?
Cuando
el reloj de la pared del comedor marcó la hora doce en el departamento de calle
Ecuador, Patricia comenzó a preocuparse. Quince minutos después recorrió todas
las habitaciones en busca de aquellos papeles con anotaciones relacionadas a la
organización y los guardó en su cartera. A la hora doce y treinta estaba
alarmada. ¿Había caído Susana en manos del enemigo? A la una, apagó el último
cigarrillo en el cenicero, había expirado el tiempo del margen de seguridad,
debía proceder según las instrucciones. Tomó su bolsa y las llaves, cerró el
departamento y ocultó las llaves. Caminó hasta la avenida López y Planes y
ascendió a un coche de la línea cinco. Descendió en el boulevard Pellegrini,
buscó un teléfono público y llamó a Ramiro para avisarle que el servicio de
documentación había sido levantado al
no haber regresado Susana. También le indicó la ubicación de los documentos que
quedaban escondidos en la casa y adonde había ocultado las llaves. Porqué
cometió la tontería de ir a esconderse en casa de sus padres nunca nadie se lo
explicó, ni ella. Cuando llegó, un militar le abrió la puerta, la estaba
esperando y se la llevo detenida.
Las fuerzas de seguridad, en
un operativo conjunto allanaron el departamento de la calle Ecuador con gran
alharaca, en la vereda de enfrente los vecinos se amontonaron para curiosear.
En primer lugar ingresó la brigada de explosivos que revisó minuciosamente puertas, ventanas,
cajones y el sistema electrónico para detectar trampas explosivas llamadas cazabobos. Luego lo hicieron los
especialistas en ubicar embutes,
lugares ocultos donde los terroristas escondían armas, uniformes, explosivos,
dinero ó documentación. Con unos palos golpearon pisos, paredes y techo con
gran detenimiento, centímetro a centímetro, no encontraron nada que sonara
hueco. Por último entraron los analistas de textos, no había ningún papel con
planos, nombres, direcciones o números telefónicos. Cuando todos se fueron
desilusionados la comisaría sexta destinó un hombre apostado en el pasillo que
al tercer día se fue. Al cabo de una semana, la organización garantizando que
el lugar ya no era vigilado, ordeno a Ramiro
levantar el embute y éste preso de sus celos, se lo ordenó a Javier, Ramiro
especulaba que si aquel caía en poder del enemigo Emilse ya no tendría a quien
admirar y a él nadie le iba a cargar la culpa, órdenes eran órdenes.
Los vecinos de barrio
Barranquitas centro eran en su mayoría personas de edad madura que de noche
temprano se encerraban en sus casas a mirar televisión. Los únicos negocios de
la cuadra de Ecuador al 3600 eran la sodería de Miani y el local donde reparaba
televisores Choli, cerraban a la hora veinte los dos.
La medianoche y el frío aseguraban a
Javier la ausencia de testigos además la orga
le había garantizado que el lugar no era vigilado por la represión. Entró al
pasillo caminando con naturalidad, buscó las llaves en la plantera indicada,
ingresó y encendió una linterna para no llamar la atención con las luces de la
casa. Se arrodilló en el piso de mosaicos de granito de colores marrón negro y
blanco; con la ayuda de la luz de la linterna buscó en la cocina, junto a la
mesada un cuadrado formado por cuatro baldosas que tenía dos manchitas casi
imperceptibles a los costados. Abrió el bolso deportivo que había llevado y
sacó dos rayos de ruedas de bicicletas, los atornilló en las manchitas –eran
tuercas disimuladas- y levantó las cuatro baldosas pegadas que en realidad eran
la gruesa y pesada tapa del embute.
En el interior del pozo de cemento de
ochenta centímetros de profundidad, dormía una bolsa plástica repleta de
documentos de identidad, pasaportes y documentación de automotores, todos en
blanco y vírgenes, además sellos, almohadillas y tintas. Sacó un documento
nacional de identidad, un pasaporte, dos sellos y los guardó en el bolsillo
interior de su campera. Cerró nuevamente el embute, puso la bolsa plástica y
los rayos de bicicleta en su bolso, cerró la puerta, dejó las llaves donde las
había encontrado y partió.
Los
militares tenían la dirección que había cantado
Patricia, la camioneta Ford F 100 se detuvo bruscamente bien en medio de la
calle, de ella descendió ágilmente un Capitán joven con un fusil FAL en su mano
derecha, corriendo se dirigió a los dos Unimogs que transportaban a la tropa.
-¡A
tierra!-Ordenó gritando.
Los veinte soldados
conscriptos bajaron presurosos con sus fusiles al pecho.
-¡Corten
las cuatro esquinas, no entra ni sale nadie!
-¿Entendido?
-¡Sí
mi capitán!-gritaron al unísono.
-¡Carrera
march soldados!
Y salieron corriendo, el
capitán habló por radio:
-Acá
grupo alfa, perímetro asegurado señor.
La policía evacuó a los moradores
de las tres casas que rodeaban el objetivo. El equipo de asalto tomó posición
en la casa del fondo colocando dos hombres con Ithakas y al frente puso cinco
hombres con armamento pesado y fusiles. Una ambulancia esperaba los heridos a
dos cuadras del lugar. Otro Capitán vestido con zapatillas, vaquero y campera
de cuero, megáfono en mano intimó a la rendición:
-¡Risso
2596 ríndase, están rodeados!
Dentro de la casa, José,
Oficial montonero corrió a sacar las armas escondidas, un FAL, una
subametralladora, dos pistolas y un bolso con granadas. Luisa y su pareja, cuya
jerarquías eran aspirantes, comenzaron a quemar documentos y mucho dinero de la
orga.
-¡Risso
2596! ¡Salgan con las manos en alto!-repitió la intimación el Capitán.
José abrió una ventana y
disparó con el FAL una ráfaga de unos cinco tiros hacia la vereda de enfrente.
Luisa disparó tres veces su pistola por la otra ventana y se cubrió. Su pareja,
un hombre alto y flaco salió al pasillo lateral y arrojó una granada hacia los
efectivos legales.
-¡Fuego!-gritó
el Capitán
La descarga arrancaba pedazos de
mampostería del frente de la casa y astillas de las ventanas y de la puerta
como si un invisible y gigantesco monstruo mitológico arañara la casa con sus
garras. El fuego cruzado se hizo intermitente, disparos, silencio, disparos.
Durante uno de los silencios un Oficial de la comisaría octava por iniciativa
propia y audacia e imprudencia cruzó la
calle y se introdujo en el pasillo de la casa de calle Risso .El Capitán al
advertir la peligrosa actitud ordenó asustado:
-¡Alto
el fuego! ¡Alto el fuego!
Los disparos cesaron de
inmediato, el policía pistola en mano pateó la puerta lateral y penetró al
living de la casa. Se escucharon gritos, disparos y una gran explosión,
seguramente de una granada montonera, luego silencio…
-¡Pepe!
¡Entrá que estoy herido!-gritó el policía.
Los militares de la vereda de
enfrente no podían verlo y constatar que realmente era él quién pedía auxilio y
que no se trataba de un ardid de los terroristas.
-¡Decime
como me llamo!-gritó Pepe escondido detrás de un árbol.
-¡Orlando!-contestó
el policía.
Habiendo confirmado que el
policía estaba herido y a merced de los guerrilleros urbanos que repelían el
ataque, las fuerzas legales se dispusieron a tomar la casa por asalto. Cuando avanzaron, José y
Luisa (el hombre flaco y alto que era su pareja ya había muerto) los recibieron
con una lluvia de balas que los hizo retroceder. Entonces un efectivo de la
inteligencia militar cruzó la calle con una granada MK 2 en cada mano y con sus
espaldas pegadas a la pared de la casa vecina se acercó al la ventana desde
dónde disparaba Luisa y las arrojó al interior del escondite montonero. Las dos
explosiones conmovieron la construcción y una gran nube de polvo y humo salió
por las ventanas, luego sobrevino un silencio total. Recién entonces cuando las
fuerzas legales cargaron por el frente y por el fondo, encontraron al Oficial
baleado tirado en el piso.
-¡Ambulancia!-gritó
el Capitán mientras arrodillado le sostenía al herido la cabeza levantada. Los
tres terroristas habían muerto, dos despedazados por la metralla de las
granadas. Cuando los paramédicos cruzaron un puentecito de madera que unía la
vereda con la calle, sacando los cuerpos de los guerrilleros muertos en una
camilla, un pedazo del cerebro de Luisa cayó en la zanja de agua podrida. Las
fuerzas legales salieron a la vereda y gritaron:
-¡Viva
la patria!
Los vecinos agolpados en las
esquinas aplaudían y festejaban.
Emilse
estaba en el aula, siete u ocho alumnos también, esperaban los pocos minutos
que faltaban para que llegara el titular de la cátedra de Ciencias Políticas.
No había sacado su carpeta del bolso, ni siquiera lo había dejado colgando del
pupitre como siempre lo hacía, lo tenía con ella. Cuando entró Javier ella se
acerco a él y para no hablarle al oído pero también evitar que los demás
escuchen puso su cara a diez centímetros de la cara de él con una sonrisa burlona, invitación
descarada al pecado. Antes que ella pudiera hablar, él le dijo.
-Te
voy a dar un beso, acá delante de todos.
-No
me opongo, dale, cagón.-esperó un instante y luego agregó-Nos espera Ramiro en
un bar a tres cuadras de acá, hay algo importante.
-Y
bueno, vamos para allá.
Cuando bajaban las
escalinatas de la facultad ella le confesó.
-te
cuento que ya nada me une con Ramiro, me refiero a lo sentimental, solamente
nos relaciona la orga, en lo demás, terminamos.
-¿Y
ahora qué quiere?
-No
sé está como loco, algo grave pasa.
-Los
cuernos lo llevan loco a ese, estará así porque vos lo dejaste.
-No
es por otra cosa…aunque un poco por eso también. Caminaron hasta un bar de la
calle San Martín, entraron y enseguida lo vieron sentado junto a una mesa, al
fondo. Se sentaron junto a él y pidieron dos cafés.
-¿Qué
es lo que está pasando?-preguntó rápidamente Javier.
-Pasa
que nos están tumbando todos nuestros soldados acá en Santa Fe, es una caída
todos los días, la conducción nacional los repone trayendo otros de otras
regionales ¡Y también los tumban!
-Sucede
que nadie resiste la tortura y encima se pasan a las filas del enemigo, estamos
infiltrados, muchos de los nuestros son delatores, delatan para salvar la vida
de sus hijos, de sus mujeres y la de ellos. Es más, algunos empuñando nuestras
propias armas encabezan los allanamientos al frente de la tropa enemiga-fustigó
Javier.
-¿Para
qué tienen la pastilla de cianuro? ¿Por qué no la usan?-atacó Ramiro.
-Primero,
porque no te dan tiempo para tragarla, segundo tienen el antídoto y tercero
¿Por qué no se la tragan los que se fugaron a Europa?
-Está
bien, pero yo los cité para recordarles que nuestro Código de Justicia
Revolucionaria, cuando habla de la delación en el artículo séptimo, dice que
los prisioneros de guerra que entreguen datos al enemigo en el curso de los
interrogatorios, aún bajo apremios, serán castigados con el fusilamiento. Si
ustedes creen que no van a poder soportar la tortura, acá tienen una cápsula de
cianuro para cada uno-estiró la mano y las dejó sobre la mesa, Javier las
aferró para que Emilse se quede sin la suya y la puso en el bolsillo del
pantalón mientras pensaba:-Como le
gustaría a este cornudo que las
traguemos.-Piensen que estamos luchando para recuperar la democracia y
construir el camino hacia el socialismo-afirmó Ramiro.
-¿Democracia?
¿Cuándo tuvimos democracia en la
Argentina ? Que yo sepa hubo oclocracia, monarquía
institucional, nepotismo, autoritarismo, cleptocracia, despotismo, autocracia,
tiranía ó cesarismo. ¿Existe la democracia pura ó es un ideal? Podemos
discutirlo filosófica ó políticamente si querés -protestó Javier.
-Cuando
el pueblo participe y pueda decidir, conducido por nosotros habrá democracia
plena-intentó retrucar Ramiro.
-¡La
farsa democrática de la participación popular! A los argentinos nos han hecho
creer que poder elegir mediante el voto constituye toda la participación
popular que puede otorgarnos el sistema democrático. Entregarle el poder a un
hombre fuerte, el presidente, que si su gestión es exitosa será aplaudido y si
fracasa será repudiado con protestas masivas, callejeras y violentas. Entonces
se lo depone y se elije a otro que
tampoco respeta las leyes ni las instituciones. ¿Qué parecido a una monarquía
no? ¿No sería mejor que el pueblo deposite el poder en el sistema
jurídico-institucional y éste controle a los gobernantes?-argumentó Javier.
-Vos
tenés la costumbre de cuestionar todo, pero las órdenes están para cumplirlas
no para cuestionarlas, si no estás de acuerdo ¿Para qué entraste? Hay que
buscar soluciones, no aumentar los problemas-dijo Ramiro con enojo.
-¡Lindas
soluciones nos das vos, el suicidio ó el fusilamiento!
-Primero
están los intereses de la causa, antes que la vida personal y es preferible la
cápsula y no la tortura. Así salvamos a nuestros soldados, no permitiendo que
los torturen, la tortura es algo abominable, por eso los combatientes populares
no torturamos.
-Mira
Ramiro…cuando los perros secuestraron al Teniente Coronel
Larrabure en el copamiento de la fábrica militar de Villa María, en Córdoba, lo
torturaron bárbaramente. Si los erpios hubieran buscado la recuperación de
armamento no hubieran ido a una fábrica química donde había cincuenta fusiles
mugrientos. Fueron a buscarlo porque el tipo era un genio como ingeniero
químico y querían arrancarle los secretos del misil Cóndor I, sus invenciones;
el iniciador, el motor, el propulsante y la carga de trilita.
-Esos
fueron los perros, no nosotros.
-Nosotros
también Ramiro, también nosotros torturamos.
-Bueno,
terminemos la reunión, les aclaro que la opereta moisés sigue vigente y ya falta poco tiempo, ahora me voy. Ramiro
no había llegado a la puerta del bar cuando Javier, dirigiéndose a Emilse de
dijo:-Supongo que se te habrán aclarado muchas cosas no?
-Sí,
pero lo que no me queda claro es cómo vos sabés más cosas de la orga y de otras
que Ramiro, cuando hace muy poco que estás en esto
-Tengo
amigos-fue la respuesta cortante y poco convincente de Javier.
Ella no sólo sospechaba sino que
además se lo manifestaba, él afrontaba dos peligros, si descubrían que era de
la policía seguramente los guerrilleros lo matarían, pero también podía morir
en manos de agentes de la SIDE ,
federales, provinciales, verdes, grises, azules y de cualquier banda de tarados
que salían a cazar zurdos por cuanta propia.
-Para
colmo este pícaro se fue sin pagar el café, salgamos desvió el joven la
conversación levantándose de la silla.
El
cortejo de marcha sigilosa con el reptil
enroscado en su madriguera portátil se desplazaba por la avenida Aristóbulo del
Valle. El buen sol del mediodía inundaba los negocios con clientes, panaderías,
carnicerías, bazares, supermercados, y verdulerías recibían los dineros de
principios de mes de los empleados públicos y de los jubilados. El tránsito era
importante, ómnibus, autos, camionetas de reparto, motocicletas, bicicletas y
algunos carros recolectores de residuos cuyos caballos hábilmente conducidos
debían improvisar malabarismos para evitar chocar.
Súbitamente los ojos del
áspid dilatan sus pupilas, se revuelve en su cueva, luego se inmoviliza, clava
la vista y lanza su ponzoña:
-¡Allá,
esa gordita de campera azul!
-¿Quién
es?-pregunta el conductor.
-La
gorda Silvia, es la compañera de Pedro, de la conducción nacional y adonde vaya
ella, allí está él.
-Bien,
atención, la mujer de campera azul que va caminando, no podemos perderla,
iniciar seguimiento, sólo seguimiento-ordenó por radio el hombre que viajaba en
el asiento del acompañante del Torino a los ocupantes del Falcon y el Renault.
Uno de los agentes comenzó a
caminar una cuadra detrás de ella, otro también detrás pero en la vereda de
enfrente y otro media cuadra delante de ella. La mujer,
que aparentaba unos treinta años, ignorando que era perseguida caminó una
cuadra al Oeste, una cuadra al Sur, otra al Este, una más al Sur, otra al Este
y enfiló hacia el Norte.
-¡Nos
esta paseando! O se avivó ó hace contra-seguimiento De manual- explicaba el
jefe del grupo especial.
De pronto la mujer se detuvo
frente a una vidriera, sacó una llave del bolsillo de su campera, caminó
nuevamente hasta una casa modesta introdujo la llave en la cerradura y entró.
Silvia abrió grandes los ojos
cuando vió que Inés y Pedro empuñaban las armas y en el piso del comedor habían
prendido fuego a la documentación. Él se había colgado el FAL y con un dedo
corría la cortina para mirar hacia la
calle.
-¡Te
siguieron!- dijo el importante montonero miembro de la conducción nacional.
-Los
estamos escuchando- agrego Inés.
Los montoneros habían interceptado las comunicaciones de los
militares utilizando equipo experimental.
Simultáneamente Emilse y Javier
llegaban a la esquina de la casa para
asistir a otra reunión preparatoria de la Opereta
Moisés.
En esa esquina había una panadería, La
Gallega y el
aroma que de ella salía hizo que Javier se tentara e ingresara con Emilse para
comprar algunas facturas. Tuvieron que esperar su turno, otros clientes habían
llegado antes. Justo cuando la gallega sesentona se dirigió a ellos para
decirles:
-¿Qué
van a llevar? Entró al negocio una anciana espantada diciendo:
-¡Coca!
¡Hay unos tipos con escopetas y ametralladoras!
-¡Eh!-
dijo la panadera.
-Sí,
me dijeron que me vaya, que me meta acá, están rodeando la casa de Don
Demetrio, esa que alquila la chica que tiene una nena.
Emilse con expresión de
alarma miró a Javier a los ojos, fue entonces cuando se escuchó la explosión.
La granada arrojada por Inés había volado cruzando la calle y explotado junto a
un árbol. Nadie del grupo especial respondió al ataque, parapetados sobre los
techos y escondidos detrás de los árboles apuntaban con sus armas.
Alguien gritó:
-¡Ejército
Argentino! ¡Saquen la criatura!
Sobrevino el silencio,
instantes después se abrió la puerta de entrada y apareció Silvia con una nena
asida de las axilas.
Caminó dos pasos mirando hacia la
vereda de enfrente donde se atrincheraba el enemigo, petrificada, vacilaba, la
elección no era menor ¿Vivir o morir? ¿Salir corriendo con la nena y entregarse
al enemigo ó soltarla o volverla a casa?
Semioculto detrás de la puerta
entreabierta, Daniel, apuntándole con el FAL, le dijo en voz baja:
-Entrá
o te mato.
Entonces ella soltó a la hija de
ambos y entró, nunca había habido tal elección. Un militar vestido de civil
apoyó su escopeta y su pistola en el piso y se acercó lentamente hacia la niña
con las manos en alto. Al agacharse para alzar a la criatura desde adentro de
la casa le dispararon fracasando, el proyectil se perdió en el aire, alzó
rápidamente a la nena y salió corriendo.
-¡Hijos
de putas! ¡Abran fuego!- ordenó el Capitán, y se desató un tiroteo infernal.
Patrulleros de la policía habían
cortado el tránsito en las dos bocacalles de esa cuadra. Luego los disparos se
hicieron intermitentes hasta que una
granada perforante disparada desde el trombón de un FAL rompió la pared del
frente de la casa, explotando en su interior. Durante unos minutos hubo
silencio y humo, luego se escucho la orden vociferada:
-¡Vamos
a entrar! ¡Ahora!
Cuando los legales ingresaron con
aparatosa cautela a la vivienda las dos mujeres y el hombre yacían muertos en
el piso.
La garrafa de la cocina perforada por
un proyectil despedía una lengua de fuego de 50 centímetros ,
cañerías también perforadas por los disparos soltaban chorros de agua
salpicando los cadáveres. Fuego, sangre,
humo, y escombros pintaban el paisaje final de la batalla. En una pared, la madre de
la nena había escrito con su dedo como pincel y su sangre como tinta Abuelos y al lado un número telefónico.
Todo había terminado, los clientes de
la panadería salieron a la vereda y con ellos Emilse y Javier, ella temblaba
tomada de la mano transpirada de él.
Emilse nunca había presenciado un
combate, ni sabía de muertos despedazados, del tronar de las armas, del olor a
pólvora, de los gritos desesperados, de las corridas frenéticas, de las últimas
palabras, quedó estupefacta en pie, apoyada de un hombro contra la pared, muda,
con la boca entreabierta, y los brazos colgando. La guerrilla no regalaba
muertes románticas, eran muertes atroces, los combates no eran combates, era
estúpidos suicidios. Ella no estaba militarmente preparada para eso, ni
siquiera podía reaccionar, estaba paralizada.
Javier apretó el brazo de ella con
tanta fuerza que le produjo dolor, tuvo que tironearla para sacarla del medio
del grupo de vecinos curiosos que comentaban lo ocurrido y arriesgaban
conjeturas absurdas. Ella no caminaba, arrastraba los pies. Al cruzar la calle
él la abrazó, debían pasar desapercibidos entre las tropas que seguían llegando
en camiones color verde oliva. Por un minuto no habían muerto, por un minuto
sus cuerpos no estaban ahora tirados en la macabra fila de la vereda. Ninguno
podía articular una palabra, las bestiales escenas no anulaban el habla, pero
cualquier comentario era estéril. Javier supo que ya no podían volver a la
facultad, ni a sus hogares, ni a la casa de calle Río de Janeiro, ni siquiera
caminar por Santa Fe, que ya no sería cordial para ellos. Al llegar a la
avenida decidió que el chalet de Juan Lucas era un buen escondite, hizo señas a
un micro y rumbearon hacia el barrio Guadalupe. El sabía que Juan Lucas
escondía la llave de la puerta del chalet debajo de una baldosa floja en la
cochera.
Se sentaron en los sillones
individuales enfrentados, él se levantó y se dirigió a la cocina, preparó café
abundante y regresó al living con dos tazas humeantes y un Parisiennes entre
los dedos. De pronto dejó su pasividad para hablar con palabras categóricas,
inflexibles, no preguntaba ni sugería, ordenaba como un padre autoritario:
-¡Tenés
que desaparecer, irte, ya!-cayeron tres grupos, sólo les falta llegar al
nuestro, es cuestión de horas nada más, tu vida corre un gran peligro.
-Eso
ahora lo entiendo, pero… ¿y vos? ¿qué vas a hacer?
-A
mí no me va a pasar nada, yo me arreglo
-Dejá
de decir boludeces, te van a matar también a vos.
-¡Te
digo que no!
-¡Ah,
bueno! ¿Podés darme una explicación racional?
-Soy
Oficial de la
Inteligencia Federal.
-¿Te
parece momento para bromas?
-Es
en serio, no es broma, es la verdad.
-¡¡¡Qué!!! ¿Me estás diciendo
que todo este tiempo me engañaste? ¡Decime que no es verdad!
-Es
la verdad.
-Fui
una boluda… ¡Qué boluda!... ¡Qué boluuuuda!-dijo ella desconsolada con los ojos
inundados de lágrimas.
-No
mi amor-dijo tomándole la cara con las manos, en mi trabajo del cual me están
por expulsar, nadie sabe que estoy en esto con ustedes, pero tampoco puedo
continuar; se terminó para mí y para vos. Entré sólo para sacarte, siempre te
protegí y ahora te voy a sacar.
La besó repetidamente en la boca y
sintió el gusto salado de sus lágrimas, ella lo abrazó rodeándole el cuello con
sus brazos. Él la llevó de la mano hasta el dormitorio, un rato después se
amaron. ¿Cuánto tiempo habían dormido agotados por la tensión nerviosa? ¿Una
hora, un día, un siglo? Dos horas después ella dormía abrazada a él en los
asientos reclinados de un ómnibus con destino a Córdoba.
El tío de Javier se llamaba Oscar y
vivía con su esposa Adelina en un club en el medio de la nada, allí fueron a
esconderse.
Colonia Santa Rosa se llamaba el
paraje que no figuraba en los mapas, enclavado en el límite de las provincias
de Córdoba y Santa Fe, varios kilómetros al Sur de la inmensa laguna Mar
Chiquita. El relieve era la clásica llanura pampeana con campos sembrados de
lino, soja, trigo y sorgo, salpicados por tambos y criaderos de cerdos y
cabritos.
En verano, por las siestas, las
iguanas salían de sus cuevas bajo el sol abrasante y de noche los zorros
merodeaban los gallineros. El eje social de la colonia era el club que ocupaba
la ochava noroeste de un campo, el vecino más próximo distanciaba a un
kilómetro. Frente al club y cruzando un camino de tierra que lo unía a once
kilómetros con el pueblo más cercano estaba la escuela primaria. Esta contaba
con un jardín florido adelante y un eucaliptal cuyas hojas movidas por el
viento acompañaban con su música el canto de las torcazas. El la otra ochava
descansaba una iglesia bizantina, normalmente cerrada que Adelina abría cuando
había que bautizar algún niño y venía un cura del pueblo. Detrás de ella
emergía una cremería donde diez años atrás una caravana de chatas llegaban de
madrugada para vender sus tachos con leche recién ordeñada, que de allí era
transportada en camiones tanque a la ciudad. Parte de ella se reservaba para la
elaboración de quesos, crema y manteca que eran el orgullo de Santa Rosa; con
el suero sobrante alimentaban a los chanchos.
Los lugareños eran descendientes
europeos especialmente italianos y suizos-franceses, muchos aún se arraigaban a
sus dialectos, tranquilos y muy trabajadores a diferencia del argentino urbano
discriminador, conflictivo, especulador, insatisfecho, petulante y exitista.
A sus parientes se la presentó como
su novia ¿lo era? Al día siguiente de su llegada, casi al mediodía salieron a
caminar por un sendero cubierto de gramilla a cuyos lados tipas y paraísos de
hojas escasas y amarillas albergaban gorriones, caseros y tacuaras.
-Estuve
pensando, tengo un tío en Uruguay, podría irme para allá, es macanudo y aunque
le diga la verdad se puede confiar en él –facilitó las cosas a ella-.
-Está
bien, pero antes tenés que hablar con tus padres y decirles la verdad, no le
cuentas a dónde vas pero tranquilizalos contándole que estás bien.
-Sí,
hoy los voy a llamar por teléfono.
-Mañana
viajo a buscarte los documentos en blanco y los sellos que me guardé, así
cambiamos tu identidad. Avisale a tus viejos que me preparen un bolso ó dos con
tus ropas, paso a buscarlos por tu casa.
Caminaban uno junto a otro, de pronto
ella giró y se paró frente a él para decirle en tono de ruego:-quiero que
vayamos juntos, si entraste al infierno sólo para salvarme fue porque para vos
significo algo, algo importante en tu vida… contestáme… por favor.
-Tu
tío no va a mantener a dos personas.
-Le
voy a pedir plata a mis viejos, allá podemos trabajar…
-Primero
tengo que ponerte a salvo, después, y para eso debo quedarme, arreglar tu
situación para que puedas volver, esto va a llevar tiempo. No te olvides que la
orga te va a condenar a muerte por deserción y los otros también te buscan.
¿Entendés ahora?
-No,
porque si desaparezco nadie me va a encontrar.
-Estás
equivocada, los dos tienen bases en varios países y muchos soldados y
colaboradores, te encuentran igual.
Ella permaneció en silencio.
Javier regresó a Santa Rosa dos días
después con dos bolsos con ropa, dinero, una carta de los padres, un documento
nacional y un pasaporte argentino con la fotografía de Emilse y todos los datos
de la identidad que eran los verdaderos de Griselda. Se tomaron dos días de
descanso mental, dieron de comer a los chanchos, cabalgaron, arreglaron la
huerta, alimentaron a las gallinas y sembraron calabazas como en una luna de miel,
entre ellos sólo hubo risas, ternuras y arrumacos. Con el viaje de regreso
retornaron los miedos, no fue fácil pasar por Santa Fe sin recordar, una vez en
Paraná, el largo trayecto hasta Colón. Allí ascendieron a un ómnibus local que
cruzó el puente internacional hasta Paysandú, en la República Oriental
del Uruguay. Desde la aduana fueron a un bar, compartieron sándwiches y
cervezas, la última vez que se vieron fue antes de que ella suba al ómnibus
rumbo a Montevideo, antes hubo un abrazo interminable y lágrimas.
Pasaron casi tres años, la guerra
terminó, Javier es un separado más, su
casamiento con la turca no funcionó, tuvieron una hija, Delfina, que ahora vive
con la madre. Con Emilse habían acordado con que ella le escribiría, nunca lo
hizo, él supuso que había encontrado pareja, olvidado los horrores del pasado y
recompuesto su vida. Los domingos él iba a almorzar a la casa de sus padres el
tiempo había reparado en algo las
relaciones familiares, lo hacía con su hijita. Ese domingo la madre le entregó una carta a Javier, miró el remitente, antes de abrirla, no
conocía la persona que la enviaba. Cuando la leyó quedó pálido, era de Emilse y quería verlo en Montevideo para algo
sumamente importante y le enviaba una dirección. Nunca dudó de ir al encuentro
y allá fue. Cuando enfrentó la vivienda en el domicilio señalado oprimió el
timbre y ella apareció sonriente, se saludaron con un abrazo sostenido luego
pasaron a la sala de estar.
-Contame
de tu vida-dijo ella
-Han
pasado cosas…
-¿Nadie
te molestó? ¿Tuviste problemas?
-Me
enteré por mis contactos que la inteligencia santafesina no me tumbó porque
creyó que era un infiltrado. De vos pensaron que sencillamente te esfumaste.
En ese instante entró a la sala un
niño, tendría unos tres años, ella dijo estirando la mano y parándolo frente a
él le dijo:
-Javiercito…
éste es tu papá.
El niño no dijo nada, sólo lo miró
con curiosidad, el padre tampoco pudo decir nada, boquiabierto miraba a la
madre y al niño que ahora se daba cuenta que era muy parecido a él, demasiado
parecido.
-Los
dejo un ratito solos-dijo ella levantándose del sillón.
Quedaron solos unos momentos, sólo
Javier hablaba, el niño respondía si ó no, nada más. Luego ella regresó siempre
sonriente, él estaba con el niño en su regazo.
-Tenías
que haberme avisado hace tres años-dijo Javier.
-No
quise agregarte otra preocupación: ¿Estás casado?
-Separado
-¡La
pucha que sos rápido!
-¿Y
ahora como sigue la película?
-La
tuya no sé, la mía en Europa, por eso te llamé para decirte que la semana que
viene me voy, y, como es probable que nunca más nos veamos, quería que
conocieras a Javiercito, igualmente te voy a escribir y a mandarte fotos. Y
cumplió, todos los años enviaba la carta con fotos del cumpleaños de
Javiercito, hasta la última, del casamiento con una francesista.
La
comitiva se acerca a la prisión lentamente, la lluvia es torrencial, en el
patrullero viajan cuatro hombres y ninguno habla, tres visten uniformes
policiales, en la camioneta ocho efectivos con uniformes de combate camuflado y
armas largas. Un guardia cárcel empuja un pesado portón para que ingrese el
séquito, arriba de las alambradas, en las garitas, guardias con fusiles
observan curiosos. Un policía ayuda a bajar del patrullero a un hombre de unos
cincuenta años o un poco más, otro abre el baúl y saca un bolso. El sujeto está
esposado, no mira ni saluda a nadie, tiene el mentón casi rozando el pecho y la
vista clavada en el piso, camina muy despacio rodeado por los once policías. Ya
en el interior del centenario edificio lo introducen en una oficina, lo recibe
un Alcaide del servicio penitenciario con un expediente en sus manos, lo lee en
voz alta:-Juzgado Federal de Santa Fe, procesado por la desaparición (homicidio)
de Emilse Reinz, hecho ocurrido en el año 1.978.-el preso sonrió.
El guardia cárcel levanta la vista y
dirigiéndose al reo dice:-Javier Rotter, a partir de ahora será llamado por su
número: 3749. Llévenlo a su celda.
FIN